LA RECONTRARREFORMA

       cuadro concilio de trento

El siglo XVI fue muy intenso, marcado por la Reforma protestante que encontró un caldo de cultivo favorable a su desarrollo en cuestiones  políticas de la época. La reacción  de la Iglesia fue el Concilio de Trento (1545-1564) que, además de definir la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la doctrina de los sacramentos y la veneración de la Virgen María y los santos, entre otros temas,  dedicó especial atención al tema de la Justificación.

¿Qué es eso de la justificación? Afirmaba Lutero, entre otras cosas, que el hombre es justificado gratuitamente por Cristo a través de la fe; únicamente por la justicia o  mérito de Cristo, no por nuestra bondad o por nuestras buenas obras. El Concilio de Trento, refuta este planteamiento al proclamar que para la salvación son necesarias la fe y las buenas obras, que “la fe sin obras está muerta” (CIC 1815) y “que la fe se perfecciona por las obras” (Santiago 2.22). ​

La implementación de la doctrina de Trento supuso un fuerte impulso para las hermandades. La Iglesia  vio en ellas  una gran herramienta de  evangelización a partir de  la religiosidad popular, la catequesis plástica de los pasos en la calle. También en nuestros días,  San Juan Pablo II, en su discurso en el Rocío consideraba a las hermandades «la expresión más genuina de la religiosidad popular de nuestro pueblo, fruto de la presencia fundamental de la fe católica que hunde sus raíces en la antigua tradición apostólica».

Advertía no obstante que a esa religiosidad popular, con el tiempo, «se le ha acumulado también “el polvo del camino” que es necesario purificar» y eso pasa por «fomentar en las Hermandades una mayor formación cristiana y una más activa participación litúrgica y caritativa en la vida de la Iglesia, que se traduzca en verdadero dinamismo apostólico». Concluía sus palabras Juan Pablo II exhortando a los rocieros y a todos los cofrades a «dar testimonio de los valores cristianos en la sociedad andaluza y española». (14.06.1993)

Parece prudente recordar estas palabras para evitar  que la hermandad sea sólo un lugar de  actividades y sentimientos, sino también un espacio doctrinal e intelectualmente habitable, que tenga como fin el perfeccionamiento cristiano de los hermanos y, por extensión, la santificación de su entorno, tal como propone la Iglesia y se encarga de recordar también el papa Francisco.

Es esencial esa religiosidad popular de la que habla el Papa, que se expresa en la devoción a los titulares y  se concreta en los cultos, salida procesional y actividades de la hermandad; pero, en paralelo,  hay que alimentar  la fe, que  no se agota en actos formales, porque “por las simples obras nadie es justificado, sino por el hábito de la Fe informado por la Caridad”, como recuerda el Catecismo de la Iglesia recogiendo la doctrina de S. Agustín y S.  Tomás.  (pp. 2006-2011).

Y esto ¿qué tiene que ver con Lutero y Trento?, pues que  algún cofrade bienintencionado  podría estar pasando  de la justificación por la fe a la justificación por las obras, alimentando sin saberlo “una reforma de la contrarreforma”. Lutero plantea en su “reforma” que la fe justifica; Trento corrige ese planteamiento, al afirmar que para la salvación son necesarias la fe y las buenas obras: la “contrarreforma”;  ahora se podría caer en el otro extremo, dar preponderancia a las obras como fin en sí mismas, no como consecuencia y manifestación de la fe, es decir en una  “recontrarreforma”.

En su homilía a las hermandades y cofradías, el Papa Francisco las animaba a «reforzar la fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia», recordaba que «la piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se vive en la Iglesia, en comunión profunda con sus Pastores, como recordaba Benedicto XVI»,  y que las actividades e iniciativas de las hermandades  «han de ser “puentes”, senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él». (5.05.2013)

Todo un plan de actuación el que ofrecen los tres últimos papas a las hermandades.

 

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