Y ahora ¿qué hacemos?

Me van a permitir que hoy la pregunta la haga yo. Después de lo ocurrido esta Semana Santa todo el mundo ha dado ya su opinión. Quitando las reacciones extemporáneas, casi todas las opiniones sobre las causas últimas de estos alborotos  coinciden en señalar la  pérdida de los valores que garantizan la convivencia y el consiguiente deterioro de los  comportamientos. Estoy de acuerdo; pero querría señalar otra: la falta de perspectiva de los protagonistas -Hermandades, Consejo y autoridades, fundamentalmente-  centrados en el día a día, pero sin una visión estratégica que les lleve a analizar la realidad, las tendencias, y anticiparse al futuro.

En los últimos  veinte o treinta años las hermandades han venido experimentando un crecimiento continuo,  consecuentemente las cofradías también, sin que se hayan ido ajustando los procedimientos de gestión. No es lo mismo gobernar una hermandad  de quinientos hermanos que de tres mil, ni poner en la calle una cofradía con  cien nazarenos que con mil. Y no es sólo cuestión de números, o de mejorar las capacidades de gestión, es que esa hermandad y cofradía ya son otra cosa.

Es muy ilustrativo contemplar fotos de Semana Santa de los años cincuenta o sesenta, o consultar las crónicas de esos años. Los pasos son, más o menos, los mismos, aunque hay variaciones estéticas; pero  el público es distinto, tanto en número como en su manera de acercarse a la cofradía y a los pasos. La cultura de la época era bastante más homogénea y el turismo de masas no existía. Tratar de replicar ese modelo de Semana Santa con unas cofradías gigantescas,  una sociedad menos estructurada, un turismo invasivo y unas “bullas” heterogéneas en sus expectativas es imposible.

En ese contexto poner  seis procesiones en la calle, con un total de doce mil nazarenos (según datos facilitados por las propias hermandades), todas confluyendo en una misma zona y con cientos de miles de personas concentradas también en un área absolutamente insuficiente, es explosivo. Más aún cuando las motivaciones de esa masa de gente para salir a la calle son absolutamente dispares: religiosas, turísticas, o simple diversión.

Ahora se pretende arreglar esto con medidas formales. Estas son imprescindibles, desde luego, pero no son suficientes. Hay que ir también al fondo. Hay que ir a otro modelo de Hermandades y de  Semana Santa, volver a empezar. 

Cuando una Hermandad pierde de vista su Misión y se centra sólo en la organización de la cofradía, considerada  como un fin en sí misma,  entra en una dinámica que le lleva a desnaturalizarse y, como consecuencia, a ir perdiendo el respaldo permanente de sus hermanos,  que acuden sólo  a la salida procesional. Así la Hermandad  y su entorno  pierden profundidad y los temas a tratar se  limitan a problemas de horarios; cambios de capataces o de bandas de música; pugnas en las elecciones y otros temas por el estilo. Se va generando una “cultura cofrade” (o mejor kultura kofrade) que se  circunscribe a núcleos cerrados de  iniciados, autorreferenciales, mientras la realidad va  degenerando. Como consecuencia de todo esto  se  provoca   la desafección  de la sociedad y al final  la Hermandad languidece, la Semana Santa deja de ser expresión plástica de una fe y se reduce a un espectáculo desarraigado, sin referencias, que atrae a un público que lo contempla, desde categorías estéticas muy diversas,  como un espectáculo de masas y masificado, caldo de cultivo ideal para antisistemas y desarraigados sin referencias no ya religiosas, sino ni siquiera culturales.

Todos queremos la excelencia de nuestras hermandades; pero para ser excelentes hay que reflexionar y crear conocimientos. Es imprescindible recuperar y fijar el modelo conceptual de las hermandades, es decir: el encaje de todos los aspectos  que integran una realidad compleja –en nuestro caso una Hermandad- para alcanzar una comprensión completa y cabal de la misma.

Ya sé que este planteamiento es poco atractivo y no ofrece resultados inmediatos; pero si queremos resolver el tema hay que ir a las raíces del mismo, no limitarnos a tratar de paliar los síntomas.

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