Hermandades de barrio

P.- Hay un fenómeno que no entiendo muy bien. Parece como si las hermandades estuvieran evolucionando. Las de los barrios alejados del centro van adquiriendo cada vez más vida, aunque muchas de ellas no van ni a la Catedral, mientras que las de toda la vida, excepto las grandes, van a menos. ¿Es realmente así? En ese caso, ¿podríamos estar viviendo un cambio decisivo en el mundo de las hermandades?

R.- La verdad es que  las hermandades están viviendo un permanente “cambio decisivo” desde su nacimiento. Son organizaciones de personas que forman parte de la sociedad y van cambiando al mismo tiempo que la sociedad que las contiene. Son dinámicas, fidelidad dinámica eso es precisamente lo que ha permitido su permanencia en el tiempo. 

Es indudable que las hermandades han tenido siempre un importante papel aglutinador de su barrio, del gremio que la fundó o de los fieles unidos en una devoción común. También es cierto que los barrios tradicionales están cada vez más desdibujados. Por los años cincuenta o sesenta del siglo pasado se distinguía la gente de Triana de la de la Macarena por el modo de hablar. Hoy esas diferencias se han borrado.

La ciudad ha crecido, y mucho, los barrios periféricos están cada vez más alejados del centro y con más población. En muchos de ellos han surgido hermandades que recuperan la vieja función de aglutinar al barrio en torno a la Hermandad, su Casa Hermandad, sus actividades, sus titulares y su salida procesional, aunque no puedan ni soñar con llegar a la Catedral. Es una gran labor la que están haciendo estas Hermandades en su entorno.

¿Y las de “toda la vida”, las del centro?, muchas de ellas nacieron como hermandades de la periferia, aunque el crecimiento de la ciudad las haya convertido en “hermandades de centro” y cumplieron en su día la misión que hoy cumplen las nuevas hermandades de barrio. Algunas de ellas siguen siendo foco de devoción para las familias que vivieron allí y con los años se han ido dispersando por la ciudad. Una devoción que se concreta en hacer hermanos a sus hijos cuando nacen, para mantener la tradición familiar, y en salir de nazareno en Semana Santa.

Hace falta un esfuerzo de imaginación en las “hermandades del centro” si quieren seguir proporcionando a sus hermanos el calor familiar de la hermandad.

El otro día un amigo periodista proponía, en broma, que estas hermandades podrían abrir sucursales de su Casa Hermandad en distintos barrios. No creo que diera resultado, desde luego. El calor de familia, de hogar, no es trasladable a sucursales. Tampoco las casas-hermandad digitales o virtuales  proporcionarían vinculación. La vida no es digital, es realidad al natural.

La respuesta no es sencilla –o quizá sí, es cuestión de echarle horas y cariño-; pero hay varias iniciativas que están dando resultado. Ya hay hermandades que se están uniendo para ofrecer actividades formativas comunes, en distintas casas de hermandad, no necesariamente cada una en la suya. Otro paso es ofrecer estas sesiones formativas, u otras actividades,  allí donde estén los hermanos, aunque sea en uno de los nuevos barrios.

Todo menos quedarse parados añorando viejos tiempos pasados. Ha sido su continua evolución en lo accesorio lo que ha permitido a las Hermandades mantener su fidelidad a lo esencial a lo largo de los siglos.

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