Gobierno colegial

P.- Vengo siguiendo desde hace meses sus colaboraciones en Pasión  en Sevilla. Suelo coincidir con ellas, por eso me atrevo a pedirle su opinión sobre el peligro que, a mi juicio, supone el trasladar la terminología política a las hermandades. Se habla de mayorías, minorías, alternativas, alianzas, oposición organizada, incluso dentro de la junta de gobierno. Una terminología que no cuadra  en instituciones de la Iglesia. Menos aún cuando parece que la verdad en las hermandades es la que resulte de una votación democrática. Por esa pendiente se pueden ir deslizando hacia planteamientos alejados de sus fines.

R.- Ya que solicita mi opinión con mucho gusto se la doy, sin pretender tener la razón absoluta y aún a riesgo de  que, otra  vez, me critiquen.

De acuerdo en que la democracia, como forma de organización de la cosa pública es un procedimiento bastante acertado; pero llevar la democracia a ámbitos que no le son propios, como la medicina, la familia, la Iglesia, entre otros, puede dar lugar a situaciones extravagantes.

En principio la elección democrática,  por mayoría de entre los hermanos electores,  de una nueva Junta de Gobierno, que será la propuesta por la hermandad a la jerarquía eclesiástica para su confirmación, parece que es lo más acertado, especialmente cuando hay más de una candidatura.

Hay que suponer que cada Junta de gobierno tiene una visión de la Hermandad y un plan de actuación  bien definido y suficientemente desarrollado, que ha de ser previamente conocido y asumido por todos los integrantes de la misma. Si no fuera así, si no hubiera un acuerdo básico sobre los fines, los objetivos y los procedimientos de la hermandad, su estilo;  si cada votación puede remover  estos principios, llevando a la hermandad a un permanente modelo asambleario en el que todo es susceptible de ser discutido y resuelto por la voluntad de la mayoría, se da lugar al nacimiento de una inestabilidad frívola.

El gobierno de una hermandad, el funcionamiento de una Junta de Gobierno, no ha de ser democrático, sino colegial. Un   gobierno colegial  en el que la Junta de Gobierno, liderada por el Hermano Mayor, se empeña, en unidad de propósito  y de criterio, en la consecución de unos objetivos comunes para alcanzar los fines propuestos en su proyecto. Un gobierno colegial que está en las antípodas del modelo asambleario, aquel en el que todas las cuestiones han de ser sometidas al dictamen de la mayoría, o de   una  actuación personalista del Hermano Mayor que fácilmente degenera en tiranía.

Gobierno colegial que es  trabajo en equipo para el desarrollo de un proyecto compartido. Un trabajo que se construye no en base a técnicas,  sino con lealtad, respeto y apoyo mutuo. De no asumir estas actitudes   difícilmente se puede gobernar la hermandad.

Déjeme que le cuente algo: Hace unos días estuve contemplando una foto. Era de un matrimonio mayor, más de ochenta años. Estaban en la playa. Él tenía su brazo sobre el hombro de la mujer, en un gesto que era al mismo tiempo de protección hacia ella y de apoyo de sí mismo. El sol les daba en la cara, acentuando las arrugas ganadas en años de vivir para los demás. Un fuerte viento les azotaba de frente. Allí estaban juntos, viviendo alegres el atardecer,  con una gran sonrisa y mirando los dos hacia adelante. Todo muy bonito, muy bucólico; pero  no era una composición fotográfica, sino la síntesis de años de un trabajo en equipo en el que sin duda tuvo que haber de todo: acuerdos y diferencias, momentos buenos y tragos muy amargos; pero siempre sobre una base de lealtad, respeto y apoyo mutuo, volcados en la consecución de un proyecto común. Había mucho esfuerzo personal, precisamente el que se reflejaba en sus sonrisas.

¿Cuántas juntas de gobierno podrían replicar esa foto?

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