Jarrones chinos

P.- Creo que a todos nos producen una mezcla de tristeza, nostalgia y ternura las imágenes de esos hermanos mayores que terminan su ciclo al frente de la hermandad, después de haber dejado parte de su vida en ella. Me refiero a los  grandes hermanos mayores, con independencia del tamaño de su hermandad, que  salen en silencio, cierran suavemente la puerta y se van.  Ya sé que es ley de vida; pero resulta un poco cruel reducirlos a “jarrones chinos”¿no le parece?

R.- De las imágenes que se difundieron de Benedicto XVI a partir de su renuncia la que más me llamó la atención era una en la que se le veía, encorvado y con paso cansino, atravesando una puerta que se cerraba tras él. Esa imagen, cargada de simbolismo, evocaba también al hermano mayor que se va.

Él se va pero la vida sigue. Al frente de la hermandad queda una persona responsable y preparada.  Seguramente alguien a quien él mismo formó; pero su tiempo terminó. Sin dramatismo ni gestos heroicos enfila la puerta, sale, y da paso a una nueva etapa.

No se convierten en  jarrones chinos, son jarras de plata a los pies de los titulares que en sus flores, nunca marchitas, guardan el aroma de la hermandad, el que da carácter a la misma. Es posible que alguno no haya sido un hermano mayor especialmente brillante y que su gestión presente algún borrón. También hay casos –los menos- en los que el que se marchó se comporta con menos elegancia de la que cabría esperar. En esos  casos conviene recordar el ejemplo de los hijos de Noé que, como buenos hijos,  cubrieron con respeto las vergüenzas de su padre. El tiempo, además,  nos dota de nuevas perspectivas. Algunos hermanos mayores fueron incomprendidos y luego, vista desde la distancia, su gestión a lo mejor resultó providencial.

Él se marchó y no va a volver para decirles a sus  sucesores lo que tienen que hacer, aunque, sin duda, seguirá el día a día de la hermandad desde la distancia; pero estos harán bien en pedir su opinión aunque sólo sea de tarde en tarde. El que se fue lleva consigo muchas claves, en forma de experiencia reflexionada, y es necesario conocer  el pasado para organizar el futuro.  La vida, también la de las hermandades, no tiene solución de continuidad, es un continuo fluir. Nada más perjudicial para una hermandad que un  hermano mayor recién llegado que piense que con él empieza la historia. Pasarán años, muchos años, y de su gestión apenas quedarán un par de líneas en los  anales de la Hermandad y, si acaso, una foto en la  galería de fotos de hermanos mayores, que pronto amarilleará.  

Repito, en las hermandades no hay jarrones chinos, sino jarras de plata que forman parte de su  patrimonio inmaterial, conviene recordarlo siempre, aún en los casos en los que pareciera necesario mandar la jarra al orfebre a restaurarla.

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