Vale la pena

P. Soy Hermano Mayor de una hermandad de la Archidiócesis. Acabo de comenzar el segundo mandato, otros cuatro años. La verdad es que si me he vuelto a presentar ha sido un poco por el qué dirán y también porque no veo ahora mismo a nadie en condiciones de asumir esta responsabilidad; pero estoy cansado de estar al frente de la hermandad, de asumir todos los problemas y también todas las críticas. No sé si ésta es la mejor disposición para iniciar un mandato. Ésto más que una pregunta es un desahogo; pero puede que no sea el único en esta situación, por eso lo planteo.

R. La verdad es que lo de “la soledad del mando” no es una frase hecha, es una realidad que desgasta. La capacidad de resistencia en estos casos depende mucho de las motivaciones que cada uno tuviera a la hora de presentarse. Si la  única era “coger la vara dorada” ésta es una motivación muy pobre que rápidamente pierde su capacidad de ilusionar, aunque se haya adornado con muchas frases huecas -servicio a los hermanos, abrir la hermandad a todos, sacrificio, etc.- que tratan de tapar la falta de proyecto.  No compensa.

Únicamente compensa cuando hay amor a la hermandad, agradecimiento, fe, visión sobrenatural y todo eso se articula en un proyecto de trabajo bien definido,  sustentado en criterios rigurosos, que uno está dispuesto a llevar a cabo por encima de todo.

Ser Hermano Mayor  es ser capaz de  gestionar con ilusión un día a día bastante plano, cargado de pequeños problemas que, en ocasiones, parece que oscurecen o entorpecen nuestro entusiasmo inicial. Es saber convertir la rutina diaria en una aventura apasionante.

Requiere humildad, que no es apocamiento y  que se concreta en el conocimiento de uno mismo, con sus capacidades y sus limitaciones. También en la fortaleza, necesaria para cumplir la tarea encomendada, sin hacer, por falsa humildad, dejación de derechos que son obligaciones y, como tales, irrenunciables.

Requiere serenidad, para ser capaz de responder  ante cualquier situación sin dejarse arrebatar por sentimientos o emociones desestabilizadores. Una persona serena es una persona en paz con su entorno, con los demás y consigo mismo. Serenidad para actuar no por reacción, sino tomando decisiones, sin permitir que el peso de la responsabilidad paralice la   capacidad de ponderación y de decisión.

Requiere también firmeza. Si el Hermano Mayor ha de sostener y reforzar a los hermanos ha de ser firme, no se puede sostener nada desde la debilidad. Para eso ha de tener muy claro su esquema de ideas, sus objetivos y su plan de trabajo, y actuar en consecuencia para sacarlo adelante. Firmeza no es cabezonería, todo lo contrario, sólo desde la firmeza en las convicciones se puede ser  tolerante y flexible.

Me permito sugerirle que siga adelante con ilusión, sin dejarse desalentar por la rutina. Vale la pena. Querer servir a la Hermandad, a los hermanos, o tener deseos de hacerlo, es la condición necesaria para tomar la decisión de emprender un camino con el firme propósito de recorrerlo hasta el final: “…aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera…”. Eso decía Santa Teresa; pero no creo que sea para tanto.

Además compensa.

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