P.- A veces me resulta un poco chocante es expresión tan corriente de “apuntarse” a una hermandad. Todavía más cuando nace un niño y los padres lo primero que hacen es apuntarlo a su equipo de fútbol y a su hermandad. Lo entiendo y eso es lo que decimos y hacemos todos, o muchos; pero pensándolo bien puede resultar un poco chocante o frívolo ¿No le parece?
R.- Realmente eso de “apuntarse” o “hacerse” de una hermandad es una expresión coloquial tan frecuente que no hay que buscarle mayor trascendencia; pero aprovecho para introducir un nueva variable en lo que supone ser hermano de una hermandad, tanto si uno llegó a ella por decisión propia, o de sus padres o abuelos, cuando nació, para mantener la tradición familiar.
Ser hermano de una hermandad es una manera particular de vivir la vocación universal a la santidad, cada uno por su camino, de la que acaba de hablar el papa Francisco en su exhortación apostólica Gaudete et Exsultate.
Cuando se habla de vocación parece como si esta se limitara sólo a la llamada al estado religioso o sacerdotal. “Tiene vocación”, se decía antes de aquella persona que parecía inclinada a ir al seminario o a un convento; pero resulta que vocación tenemos todos y una de las formas de concretarla, de actualizarla, es a través de la hermandad. ¡Algunos tienen incluso vocación a participar en una Junta de Gobierno!
A la hermandad se llega por muchos caminos y circunstancias, a veces incluso por decisión de otros; pero siempre resulta ser una invitación, una vocación, como dice el Papa Francisco. No es un mandato, requiere de cada uno el ejercicio de su libertad para actualizarla permanentemente. Se construye a cada instante en el que desemboca el pasado, que se hace presente, y arranca el futuro.
Vamos construyendo nuestra vida a través de las respuestas que damos a Dios a en las diversas circunstancias de nuestra vida: familia, amigos, trabajo, entorno social y también las hermandades, tratando de adecuar nuestros planes a los Suyos. La calidad de nuestra vida, nuestra calidad como personas, dependerá de esas respuestas, de esas decisiones.
Esta es, desde luego, una visión más amplia que la de “apuntarse a la hermandad”. Supone entender la participación en una hermandad o en una Junta de Gobierno no como un fin, sino como parte de una respuesta, como desarrollo personal de la propia vocación. Dar respuesta permanente a una llamada personal, construir cada uno su propia historia.
No trato de ponerme pedante, ni místico, sino de plantear la importancia de formar parte de una hermandad, más allá de la tradición familiar, el sentimiento o la afinidad estética. Esas puede ser las puertas de entrada, pero siempre es una invitación personal, hecha por Dios a cada uno, con su nombre apellidos y circunstancias; eterna, prevista por Él desde siempre; y universal, ya que abarca todas las circunstancias de la vida, no sólo el rato de la estación de penitencia.
No se agota aquí el tema de la consideración de la participación en una hermandad como parte de la vocación cristiana, participando en la Junta de Gobierno o como hermano de a pie. Como puede comprobar el tema da mucho de sí. Sólo he pretendido tratar de centrar un poco su pregunta y abrir una línea de trabajo a los expertos en Teología Moral con la esperanza de que alguno se decida a trabajarla.
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