Hermandades de Gloria

P.- Veo que habla mucho de hermandades; pero siempre se refiere a las de penitencia. También existen las de Gloria. Creo que también éstas merecen algún comentario, ¿no le parece?

R.- Sí. Y  las Sacramentales.  Incluso las del Rocío,  que si bien son de Gloria tienen unas características muy definidas que hacen que en el Consejo de Hermandades de Sevilla  se constituyan como un subgrupo con su propio Delegado. Y aún se nos queda fuera alguna más de difícil encuadre.

Todo lo que venimos comentando en estas páginas es aplicable a cualquier hermandad: sacramental, de gloria o de penitencia. Todas son asociaciones públicas de fieles de la Iglesia Católica; todas tienen los mismos fines; a todas les alcanzan los mismos cánones del Código de Derecho Canónico y demás normas aplicables en cada diócesis; sus Reglas han de estar aprobadas por la autoridad eclesiástica; todas han de cumplir la legislación civil que les afecta y su hermano mayor ha de estar debidamente inscrito en el Registro de Entidades Religiosas del Ministerio de Justicia como representante legal de la misma.

No son hermandades de segunda, no son distintas. Las diferencias con las de penitencia son accidentales: días de salida y forma de hacerlo, sin túnica ni antifaz. Quizá la diferencia más acusada se refiere al número de hermanos, aunque tampoco es una desigualdad universal, ya que hay hermandades de gloria que tienen muchos más hermanos que algunas de penitencia.

Si nos centráramos en las más pequeñas, las de menos de cien hermanos, por establecer un rango,  podríamos  encontrar alguna diferencia más; pero ninguna esencial.

Lo que sí es destacable es que las  hermandades de gloria no muy numerosas tienen una doble amenaza: por una parte, si no tienen un relevo generacional,  corren el riesgo de languidecer hasta su posible desaparición, a menos que se fusionen con una de penitencia; por otra, y esto es más interesante, son más vulnerables. Quiero decir que en una hermandad de sesenta o setenta hermanos, en los que los votantes son quince o veinte, un grupo de seis o siete personas pueden desembarcar en ella y hacerse con la Junta de Gobierno con bastante facilidad. 

Esto, en principio, no tiene por qué ser malo para la hermandad. El problema es cuáles son los intereses que mueven a estos “okupas”. Si lo que pretenden es impulsar la hermandad, sus cultos, formación, caridad y mejorar  su entorno social, nada que objetar. Ahora bien, si sus intereses se centran casi exclusivamente en el área de priostía, la cosa cambia. Las hermandades de gloria, como todas, han de ser catalizadoras de la formación, la fe  y la caridad, tomando pie de una devoción muy  cercana, arraigada y entrañable, no sólo laboratorio de pruebas de nuevas tendencias en el mundo de la priostía.

Las hermandades de gloria, especialmente las que tienen pocos hermanos, permiten el desarrollo de los fines de la hermandad de forma muy familiar y cercana. Aquí las relaciones entre los hermanos pueden ser mucho más estrechas y fraternales y las actividades de la hermandad, especialmente formación y cultos, ocasión de trato y de apostolado personal.

Es cierto que, en ocasiones pueden verse superadas por las obligaciones administrativas que recaen sobre ellas, como sobre cualquier otra hermandad. Es un buen motivo para establecer unos servicios administrativos compartidos. Es un tema a estudiar.

Claro que no todo resulta tan bucólico. Las discusiones o rencillas, al parecer inevitables en las hermandades como en cualquier otra organización de personas, pueden resultar algo más intensas, al  no diluirse en un grupo más o menos amplio de hermanos que actúan como amortiguadores.

Suelen estar un poco olvidadas por todos, excepto por sus hermanos, salvo  en épocas electorales. Me refiero siempre a las más pequeñas. No voy a entrar ahora a  juzgar si es razonable o no que, en las elecciones al Consejo, una hermandad de setenta hermanos tenga un voto, exactamente igual que una que tenga siete mil, todo es opinable; pero eso, cada cuatro años,  las hace objeto del deseo de  quien ve en ellas la posibilidad de  utilizarlas como grupo de presión para sus intereses personales,  con el señuelo de mejoras económicas.

Hermandades de Gloria, más o menos numerosas, pero todas al servicio de la Iglesia, aglutinando devociones, centenarias en ocasiones, que dibujan la memoria sentimental de muchas familias. Se trata de conocerlas, respetarlas y potenciarlas, no ya numéricamente, sino como referencias de mejora en su barrio y entre sus hermanos.

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