Hablemos de fundaciones

P.- Últimamente se está oyendo hablar mucho de la conveniencia de que las hermandades creen fundaciones para el desarrollo de toda, o parte, de su acción social. Parece una tendencia interesante, pero no muy buen vista por las autoridades eclesiásticas. ¿Qué opina de todo esto?

R.- No sé si se está dando esa tendencia a la que alude, pero entiendo que el debate no se centra en fundaciones sí o no. Su fundamento es anterior.

La misión de las hermandades no es sostener acciones sociales más o menos importantes, sino fomentar la virtud de la Caridad en  sus hermanos. Las hermandades no pueden ceder a la presión ambiental  y pretender  justificar socialmente su existencia mediante la realización de proyectos de asistencia social.

No estoy criticando esos proyectos, sino su absolutización. Cuando se entra en esa dinámica se da más importancia  a la acción social, como fin en sí misma,  que al fomento de la Caridad en los hermanos  y se puede caer en la tentación de crear estructuras complejas, bienintencionadas, sin duda; pero que pueden comprometer el futuro de la hermandad por la dificultad de su  gestión y  por el volumen de los recursos humanos y materiales consumidos.

Se corre el peligro,  de entrar una peligrosa espiral que hace que la hermandad termine incluso endeudándose para poder atender los gastos corrientes de su acción social. Y esto que digo ya no es una hipótesis sino una triste realidad en algunos casos.

Llegados a este punto parece que una solución sería la creación de una fundación civil que se ocupe de la gestión de las acciones sociales, cayendo incluso en la tentación de trasladar a esa fundación, para dotarla adecuadamente, recursos económicos de la hermandad o  elementos de su patrimonio.

Obviamos aquí el hecho de una posible  disposición  irregular de bienes eclesiásticos y nos limitamos a señalar la imprudencia que supondría despatrimonializar a la hermandad, poniendo sus recursos  en una fundación civil bajo el control de la Administración.

La acción social no se nutre sólo de proyectos complejos. Hay mucho que hacer, como las hermandades saben porque lo están haciendo, en el campo de la asistencia primaria: alquileres, hipotecas, ropa, comida, becas,…; pero sobre todo en el del voluntariado en todas sus variables que son muchas y muy ingeniosas, como ingenioso es el amor. Este del voluntariado es un campo inabarcable en el que se vive muy intensamente la Caridad genuina: darse, llevar la amistad a la cima de la Caridad.

¿Estoy oponiéndome a la realización de proyectos sociales por las hermandades?, ¿a la creación de  Fundaciones? En absoluto digo eso. Digo no a la conversión  poco ponderada  de las Comisiones de Caridad en Fundaciones. Sólo en el caso de que se quiera emprender una acción singular que requiera recursos humanos y materiales extraordinarios estaría aconsejado sacar esa actividad concreta de la Comisión de Caridad y,  previos los estudios financieros y de viabilidad oportunos,  constituir una  Fundación promovida por personas físicas o jurídicas distintas de la Hermandad, aunque los puestos del Patronato se reserven, por la voluntad de los promotores y en la proporción adecuada, a cargos electos de la Hermandad, que los desempeñarían bajo su personal responsabilidad. Y no hablamos sólo de fundaciones, también de alternativas más  ágiles, como son las asociaciones declaradas de utilidad pública.

Se trata, en definitiva,  de salvaguardar la coherencia interna de la Hermandad. En esta misma línea la Conferencia Episcopal, en una Instrucción sobre asociaciones canónicas de 1986,  previene que “no se puede aceptar la fórmula de una asociación con doble estatuto y doble reconocimiento, independiente uno de otro, por las contradicciones internas a que puede dar lugar y por exponer a serios peligros la identidad misma de la asociación”.

Además  nunca podríamos tener la seguridad de que la Hermandad va a quedar al margen de posibles responsabilidades,  siempre existiría la posibilidad de que apareciera como responsable final, por aquello del “levantamiento del velo”.

No se me oculta que desde personas jurídicas interpuestas puede ser más fácil acceder a ciertas ayudas; pero aquí habría que preguntarse lo siguiente: todo tiene un límite. ¿Hasta qué punto está dispuesta una hermandad a renunciar o enmascarar su identidad, para allegar unos recursos con los que atender una obra social?  No perdamos nuestra jerarquía de valores.

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