La vida de Brian

P.- Estoy un poco desconcertado. Creo que la dimisión del Presidente del Consejo de Hermandades de Sevilla ha provocado demasiados comentarios, no todos bien enfocados. Me preocupa que, una vez más, nos quedemos en lo anecdótico y lo truculento, en lugar de analizar los temas  con rigor y  afán de mejora. ¿Es mucho pedir su opinión sobre este asunto o le estoy metiendo en un lío?

R.- A estas alturas un lío más o menos tampoco importa demasiado, así que asumo con gusto su propuesta.

 Visto lo visto me he tenido que acordar de la película  “La vida de Brian” (1979). Una comedia un tanto irreverente de los Monty Python que, por reducción al absurdo, evidencia las contradicciones de la sociedad actual.

Una de las escenas más memorables de la película es la de la lapidación. Lo que debería ser el castigo ejemplar a un supuesto blasfemo se convierte en un divertido espectáculo en el que los espectadores y participantes se lo pasan en grande sin que les importe nada el motivo que les reúne, ni la suerte del condenado. Como ahora.  También en esta situación salta la vena jacobina de algunos, quizá demasiados, que pretenden una defensa a ultranza de unos supuestos principios que degenera en autoritarismo y abandono de esos mismos principios que dicen defender.

A mi modo de ver la actuación de la autoridad eclesiástica ha sido prudente y responsable. Prudencia y responsabilidad que se ha echado después en falta en algunos mentideros cofrades.

Una prudencia, también en los comentarios, que  ha de llevar a emitir los juicios de forma ponderada y ecuánime. Los hechos son objetivos, los criterios de valoración han de ser justos y equilibrados. Donde algunos ven situaciones negativas y fatalismo hay que apreciar  una excelente ocasión para tratar de mejorar la convivencia y dar un nuevo impulso a la organización.

Ligada a la prudencia ha de ir la responsabilidad personal, que supone asumir las consecuencias de nuestras actuaciones y de los juicios emitidos libremente. Ningún comentario es inane, aunque se emitan en un entorno supuestamente informal. Todos tienen una incidencia social, positiva o negativa. Todos tenemos la responsabilidad de contribuir, con nuestros comentarios, a crear un clima de ilusión y esperanza. Eso pasa por el respeto a las personas.

¿Y ahora qué?  Sea cual fuere la decisión a adoptar por quienes tienen competencia para ello -elecciones o continuidad-, espero que todo se resuelva con la máxima serenidad y rapidez.  Si se optara por nuevas elecciones lo ideal sería con un solo candidato que agrupe los intereses de todas las hermandades en orden a un mejor servicio a la Iglesia, sin dar pie al espectáculo de campañas electorales al más puro estilo partidista. Es momento de altura de miras, no de poner los intereses personales por encima de los de la Iglesia.

Desde luego miro al futuro con esperanza, no con optimismo.  El optimismo es la creencia de que las cosas irán mejor, porque sí. Esperanza es creer que si trabajamos con empeño, todos unidos,  podemos hacer que las cosas sean mejores. El optimismo es pasivo, la esperanza es activa. No hace falta valor para ser optimista, sólo cierta ingenuidad; pero hace falta mucha fortaleza para ser un agente de esperanza. Éste es, pues, el momento de la esperanza.

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