Política de Fichajes

No estoy hablando de fútbol, me refiero a la tendencia que se da en la política de fichar a personajes públicos, de la empresa,  la universidad, las artes, el deporte   o  cualquier otro ámbito, para sus listas electorales.


Está por ver cuál es la motivación que lleva a los partidos a ofrecer esos puestos a personas ajenas a los cuadros directivos de los mismos, a veces ni siquiera afiliados. ¿Se trata de incorporar talento a sus filas?, ¿de procurar  innovación?, ¿de dar brillo a las candidaturas?, ¿o de conseguir  los votos que esa  persona puede captar por su imagen pública?

El caso de Manuel Pizarro, hace unos años, fue paradigmático: un currículum impresionante, un prestigio como gestor y economista difícilmente superable. Se le animó a entrar en las listas para protagonizar un proyecto ilusionante y al final, una vez celebradas las elecciones, se le relegó  a  “diputado de a pie”,  sin más misión que votar lo que el jefe de filas le indicara en cada caso. Al poco tiempo se fue a su casa, con elegancia, pero defraudado.

También en las hermandades, a veces, se adopta este mismo criterio: incluir en una candidatura a Junta de Gobierno, como oficial o incluso como hermano mayor, a alguien ajeno al  establishment de la hermandad, por su posible atractivo electoral.

No me parece mal esa corriente, para superar la endogamia de algunas hermandades en la que un grupo de hermanos, o unas familias, se van repartiendo a lo largo de los años los cargos de la Junta de Gobierno, rotando entre ellos y defendiéndose de los ataques de quienes intentan asaltar su fortaleza. En ocasiones  los asaltantes consiguen su objetivo y se  ocasionan heridas que cuesta restañar.

Resulta oportuno  el fichaje de hermanos que, además de cumplir los requisitos formales exigibles,  puedan aportar a la hermandad aire fresco, nuevas ideas y nuevos modelos de gestión; siempre que lo que se busque sea la renovación  que ese hermano puede aportar. Si, como ocurre a veces en los partidos políticos, lo que se pretende es aprovechar sus relaciones, su potencial económico o una supuesta capacidad para atraer  votantes,  ganar las elecciones y dedicarse luego  “los de siempre a lo de siempre”,  eso suele terminar mal

Es bueno meter savia nueva,  pero hay que hacerlo con todas sus consecuencias.  ¿Se está dispuesto a asumir las opiniones de estos hermanos  o sólo se pretende añadir “brillo” a la candidatura para que luego todo siga igual? ¿Para qué sirve poner en una junta de gobierno  a un hermano  con excelentes capacidades si luego debe someterse a la rutina de quienes no quieren cambiar el ritmo? Y si se le ficha como hermano mayor la cosa puede ser peor. Pronto se le da a entender que no lo pusieron  ahí para que aportara nada, menos aún para innovar, sino para que garantizase la continuidad de los mismos haciendo lo mismo. “Lo pusimos ahí para que nos ganara las elecciones ¡y ahora resulta que quiere mandar!”

En esta situación el flamante candidato electo, sorprendido en su buena fe, tiene dos posibilidades: mantener y fortalecer la ética personal y los valores que no está dispuesto a sacrificar  bajo ningún concepto, lo que puede originar tensiones dentro de la junta de gobierno, o  no complicarse la vida, “coger la vara” ocupar el puesto  y dejarse llevar. Las dos tienen un coste. Aún así la postura más coherente es  asumir el reto y, con serenidad y fortaleza, dirigir la hermandad de acuerdo con su mejor criterio y poniendo en juego sus mejores capacidades.

A los oficialistas que jugaron a Fouché y ahora se ven sorprendidos habría que aconsejarles no despreciar el potencial de generación de valor que puede producir el talento al margen de prejuicios, liberado de corsés cofrades y desembarazado de la muleta oficialista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *