PARQUES TEMÁTICOS

Los parques temáticos son recintos que reúnen diversas atracciones para el ocio y la diversión. Normalmente se asocian a un tema en particular: una época, personajes de películas, una civilización perdida, en torno al que desarrollan un  eje argumental más o menos conseguido. Sus visitantes acuden porque están interesados en ese tema o, simplemente, para pasar un buen rato.

No son espacios para la reflexión, sino para la diversión y para experimentar sensaciones. Si el conjunto de las atracciones es coherente y el visitante sale de allí con una buena dosis de emociones vividas para comentar con amigos y con ganas de repetir, el objetivo de la dirección del parque está conseguido.


¿A qué viene esto?, pues a que hay algunos autodenominados cofrades en los que parece que prima la emoción sobre la reflexión, pendientes sólo de lo superficial, para los que la experiencia cumbre es  la salida procesional,  los  pasos en la calle, el incienso, la música, el trabajo de los costaleros e incluso la bulla, un conjunto de sensaciones y emociones que lo enardecen, pero que resulta epidérmico. Eso explica la exagerada reacción cuando la lluvia les frustra las expectativas cofrades de todo un año, que supera la lógica decepción por no hacer la estación de penitencia. El resto del año viven de  recuerdos, comentarios y expectativas, retroalimentando así sus emociones.

Son los mismos, afortunadamente no muchos, que en el supuesto de una salida extraordinaria, la desvinculan de la dimensión pastoral que la justificó, y se quedan sólo con la satisfacción de recuperar sensaciones.

Es importante mantener el equilibrio entre la formación y el sentimiento, y en ello trabajan las hermandades cada vez con más acierto.

La relación con los titulares es de amor y el amor no sólo es sentimiento, aunque  nadie se enamora de algo que le repele,   también es inteligencia para fundamentar ese amor, y voluntad que ayuda superar los malos momentos. También en  el amor humano. Reducirlo sólo a sentimiento es prepararse para el fracaso, los sentimientos son efímeros, sobre ellos no se puede construir una relación estable ni montar un proyecto de vida.

Emoción y sentimiento por supuesto, pero también formación que sustente  los sentimientos. Ni “indiferencia estoica”, que reduce la fe a una especie de laicismo moral, a un entramado asfixiante de obligaciones ajenas al amor, a la caridad, ni “sentimentalismo pietista”, que convierte la fe en un puro sentimiento, en manifestaciones externas de piedad, que pueden derivar a excesos de emoción y lágrimas tan ridículos como reprobables y que ayunos de formación doctrinal se quedan en lo superficial, sin que penetre en la persona ni la mejore.

La elegancia es cuestión de medida. La elegancia de Sevilla, la que la define,  se refleja en la ponderación, en la armonía, que no es el punto medio entre dos extremos, sino la mezcla justa de todos los componentes.

En la Maestranza no triunfa el toreo tremendista, tampoco el frío perfeccionismo. La pureza, la perfección,  debe ir acompañada por ese pellizco indefinible que, sin suspender la razón, provoca un estremecimiento del alma. La elegancia interior es la armonía del cuerpo y espíritu, naturaleza y Gracia, dos realidades distintas e inconfundibles, pero de tal manera entrelazadas en la persona del cristiano que son  real e indivisiblemente una.

Un apasionante programa de trabajo en el que las juntas de gobierno están inmersas y los hermanos deben apoyar: recuperar la medida, la elegancia interior, la armonía de apoyarse en lo humano para llegar a lo divino. Hacer de las hermandades espacios de formación en los que, desde la devoción y el sentimiento,  los hermanos vayan levantando el andamiaje de la formación para la construcción de una sólida vida interior.

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