ZONA FRANCA

Una zona franca ​ es un espacio acotado  en el que las empresas allí instaladas  gozan de una regulación especial, normalmente beneficios tributarios. Sus accesos  están sometidos a vigilancia aduanera para controlar las entradas y salidas de personas y mercancías. Vienen a ser  pequeños territorios, dentro de un estado, en los que determinadas leyes  quedan en suspenso. En Sevilla funciona una zona franca, en terrenos del Puerto, que ha sido recientemente ampliada, de la que se espera que sea un revulsivo para la economía local.


Viene esto a cuento del interés de algunos cofrades, más bien “aficionados a las hermandades”, por crear zonas francas en su entorno. En ellas las normas que quedan en suspenso no son las tributarias, sino las habituales de  convivencia.  No me refiero sólo a las elementales normas de cortesía, sino a un conjunto de virtudes humanas que, a modo de  cuerpo normativo, ordenan la convivencia en cualquier agrupación humana y, con más motivo, en una hermandad: lealtad, justicia, amistad, generosidad, humildad, integridad, respeto, responsabilidad, sobriedad, madurez, fortaleza, paciencia, perseverancia, coherencia, sinceridad, sencillez, optimismo y alguna más.

Cuando se prescinde de cualquiera de estas virtudes humanas la convivencia se complica y se convierte en una mala telenovela de enredos y pasiones que se entrecruzan hasta perder las referencias.

Al igual que en las zonas francas reales el territorio de ese espacio falsamente cofrade se acota,  sólo para cofrades “con papeles”,  y se controlan las puertas de entrada y salida.

En ese entorno se  da otra situación  que surge cuando los  intereses personales están por encima de los de la organización,  lo que los  pedantes aficionados a los anglicismos denominan “Up or out”: quiere esto decir que si no vas subiendo peldaños en la organización es que no eres nadie, lo que genera tensiones innecesarias que enrarecen el ambiente. 

Las zonas francas están bien como catalizadoras  de la economía; pero en la vida social no puede haber zonas francas en las que las normas de convivencia queden en suspenso. En las hermandades menos, afortunadamente éstas  suelen tener las ideas cada vez más claras; pero siempre queda algunos irreductibles que entienden la vida como  un videojuego permanente.

Ya hay investigaciones rigurosas que evidencian  que el abuso en la utilización de video juegos, además de una adicción patológica, se caracteriza por una desconexión moral  en la que los criterios éticos quedan al margen y  el jugador se queda sin más referencias que las que marca el juego para superar las pruebas que te permitan pasar al siguiente nivel o a la meta final. Esa toma permanente de decisiones inmediatas desconectadas de un esquema de valores modifica la percepción de la realidad y se trasladan a la vida cotidiana los mismos modelos de decisión de los videojuegos.

No a las zonas francas, ni en las hermandades, ni en la familia,  ni en el trabajo, ni en las relaciones sociales. Tampoco a la toma permanente de decisiones ayunas de referencias, simplemente para “pasar de nivel”.  La persona cabal, el hombre o la mujer de una pieza,  es aquella que ajusta su  comportamiento a su naturaleza en cualquier circunstancia o ambiente.  Los buenos cofrades.

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