CARIDAD Y ESTADO DEL BIENESTAR

No sabemos cuándo va a terminar esto, pero desgraciadamente sí se intuye cómo vamos a salir. Algunos analistas predicen una caída del PIB del 8%, aunque los hay que pronostican el 15%. Un paro superior al 25%, aunque en  nuestro entorno, muy dependiente del sector servicios,  quizá más.  Un aumento del déficit público, a financiar con  deuda pública, hasta el 114% del PIB, lo que supone 50.000 millones de intereses, cifra esta que se verá incrementada si, como dicen, la Renta Mínima Vital se va a financiar con más con deuda pública, lo que aumentaría el monto total de la deuda emitida y sus intereses.


  En estas proyecciones hay, sin embargo, un error de base: considerar sólo los aspectos estrictamente   económicos, sin caer en la cuenta de que la  economía es una cuestión radicalmente antropológica, es acción humana (Mises dixit), que no se agota o se resuelve en propuestas de gasto público, renta mínima vital, subida de impuestos, o nacionalizaciones encubiertas, sino en la identificación con la persona humana y su dignidad trascendente. Toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral y viveversa.

Aquí las hermandades tienen algo que decir y hacer en su doble misión de  agentes de Caridad y regeneradoras de  la sociedad desde dentro.

Desde la izquierda se proclama que lo que hace falta es justicia social no limosnas, una justicia social que se ha de concretar en el incremento del estado de bienestar, creando así una falsa alternativa entre Caridad y estado del bienestar. Se olvidan los apóstoles del estado del bienestar de que la justicia es inseparable de la Caridad, intrínseca a ella. La Caridad presupone la justicia y la perfecciona. La justicia es la primera vía de la Caridad, no puedo dar al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde, pero la justicia a secas no proporciona al ser humano todo lo que le corresponde, éste necesita además a Dios (Benedicto XVI).

Ejercer la Caridad no es solo resolver necesidades materiales inmediatas, hay que atender también a la dignidad personal de los asistidos. No existe la pobreza, existe cada pobre, ése que es identificado y atendido por la Comisión de Caridad de las hermandades.  La izquierda critica el enfoque individual, persona a persona, porque tiende a la   ingeniería social, pero ésta falla al situarse ante la persona individual, por eso el estado del bienestar fracasa cuando pretende ir más allá de los límites asignados.

Un detalle a tener en cuenta: las hermandades no crean recursos, tampoco emiten  “cofradebonos” para atender sus obras de Caridad. Los recursos los consiguen de la sociedad, no por la vía coercitiva de la exacción de impuestos, sino apelando a la Caridad y solidaridad de todos. Son los agentes sociales  de la Caridad.  Además mutualizan los recursos obtenidos, ya que hay una importante transferencia de ayudas entre las hermandades y hacia el Consejo, detalle quizá no muy conocido.

Las empresas pueden ser importantes generadoras de estos recursos para las hermandades. Requieren cada día más capacidad de diferenciación y legitimidad social, que podrían conseguir mediante el emprendimiento y la financiación de acciones sociales puntuales, a cambio de un retorno de imagen inmediato; pero resulta más eficaz participar en proyectos sostenidos en el tiempo, asociados con instituciones que refuercen el posicionamiento y reputación de las empresas colaboradoras, esas instituciones son las hermandades.

Además de atender las necesidades de las personas, las hermandades están reconstruyendo  las bases morales de la economía, uniendo  justicia y Caridad. No se les pida más, ni menos,  y seamos generosas con estas instituciones que son las que tienen en su mano, en buena medida, la reconstrucción de nuestros valores sociales.

Aportar recursos a las hermandades es mucho más que dar “una limosna por caridad”.

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