Comienzo parafraseando el título de la obra más conocida del profesor Viktor Frankl (+1997): «El hombre en busca de sentido». Si les hablo de Viktor Frankl a lo mejor no les suena demasiado. No perteneció a ninguna hermandad, ni siquiera era de aquí. Filósofo y psiquiatra austríaco de origen judío, tras la invasión nazi estuvo cuatro años internado en campos de concentración, Auschwitz incluido. Él consiguió sobrevivir, su esposa, padres y otros familiares no.
Frente al predominio del entonces reconocido Freud, que proponía como motor de nuestra conducta el placer, o de Adler, que decía que ese motor era el poder, Viktor Frankl consideró que pudo sobrevivir a la experiencia brutal de los campos de concentración y el exterminio de su familia porque supo dar un sentido a su existencia, ir reconstruyendo su vida hecha de decisiones continuas en base a un proyecto orientado a una finalidad. Esa voluntad de sentido, el identificar el sentido de la vida y luchar por él, es la motivación del ser humano para no caer en el vacío. Esta propuesta, la logoterapia, sigue teniendo plena vigencia.
Todas las situaciones, agradables, desagradables, incluso dramáticas, llevan al hombre a enfrentarse consigo mismo y reflexionar sobre el para qué de su vida; si no descubre su argumento ésta se vacía, se deshumaniza; pero esa búsqueda de sentido no es algo anárquico, la persona es una creatura perfectamente definida en su ser y ha de ajustarse a él desde la libertad.
Hace ya años los griegos avanzaron en el conocimiento de la persona, que luego Cristo reveló en su plenitud al explicar al hombre, su dignidad y libertad y abierto a la eternidad en Él.
Nos centramos en nuestro tema. Las hermandades son agrupaciones de personas que trasladan su voluntad de sentido a la hermandad. Si el sentido de la vida de los hermanos o de la Junta de Gobierno, sus motivaciones, fueran mediocres la hermandad también lo será.
Hablamos de la persona en su integridad, alejada del individualismo ilustrado burgués y del colectivismo marxista, que tiene además la capacidad de relaciones interpersonales referidas a la Trinidad. Su finalidad, lo que da sentido a su vida es llegar a la posesión de Dios.
La hermandad se deteriora cuando no procura la perfección del hombre. Esto exige formación y esfuerzo; pero a veces una cierta pereza intelectual le lleva a recelar y a sentirse amenazada cuando se plantean estos temas que ponen en crisis su modelo “de siempre” obligándola a salir de su zona de confort. Este proceso le lleva a nutrirse de la mediocridad y al empobrecimiento.
Alguien podría pensar que la cosa es mucho más sencilla, que no hay que ponerse tan tremendo; pero el caso es que vivimos tiempos complicados. Ahora la discusión no es solamente, aunque también, cuándo volverán los pasos a la calle. Hay un problema mayor. Se está cambiando la sociedad: familia, educación, división de poderes, aborto, eutanasia… Esta no es una batalla cultural, es una guerra por el modelo de sociedad en la que han de empeñarse las hermandades. En la guerra lo que prima es la visión estratégica, para conseguir objetivos a largo: el modelo de sociedad; en la batalla lo que se emplea son tácticas conseguir objetivos a corto (unas elecciones reñidas o una salida extraordinaria).
Necesitamos hermandades en busca permanente de sentido que ayuden al perfeccionamiento cristiano de los hermanos y lo más digno en el hombre, lo que lo hace feliz y supremamente libre, lo que dota de sentido a su vida, es ser leal a lo que en una conciencia bien formada se presenta como la Verdad.
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