P.– Mi hermandad está viviendo eso que la gente llama “un momento dulce”. Se ha puesto de moda y el número de hermanos ha aumentado muy rápidamente en los últimos años. Eso trae como consecuencia más presupuesto, más proyectos y más estrenos. Todo va bien, pero me recuerda lo que decía mi padre sobre las pompas de jabón: que cuanto más grandes y brillantes son, más cerca están de explotar. ¿Puede una Hermandad morir de éxito?
R.- Pues sí. Como organizaciones de personas que son las hermandades están sujetas a los mismos peligros que las demás. Uno de ellos es el de enredarse en cuestiones secundarias, olvidando cuál es la misión de una Hermandad, para qué ha sido creada y qué espera la gente de ella.
Una hermandad no se resuelve en la organización de actividades: la Función Principal, cofradía, tómbolas y otras iniciativas para Caridad, actos de representación, excursiones, atención al bar por el Grupo Joven y muchas cosas más. Todas esas actividades pueden ser importantes, de hecho lo son; pero no son fines, sino medios al servicio del fin esencial de la Hermandad, lo que los teóricos de la gestión de organizaciones llaman su Misión, que es aquello para lo que la organización, en nuestro caso la Hermandad, ha sido creada.
¿Y cuál es la Misión de una Hermandad?, ¿para qué han sido creadas? El Código de Derecho Canónico lo explica perfectamente: las hermandades son asociaciones públicas de fieles de la Iglesia Católica que tienen como Misión el perfeccionamiento cristiano de sus miembros. Para ello han de celebrar culto público; dar formación a sus hermanos; fomentar en ellos la Caridad y tratar de influir cristianamente en la sociedad (cfr. CIC, canon 298).
Cuando una Hermandad pierde de vista su Misión y se centra sólo en la organización de actividades, considerando a éstas como un fin en sí mismas, entra en una dinámica que le lleva, en primer lugar, a desnaturalizarse y, como consecuencia, a ir perdiendo el respaldo permanente de sus hermanos, que acuden sólo para salir de nazarenos. Así la Hermandad y su entorno pierden profundidad y los temas a tratar se limitan a cuestiones accesorias: itinerarios, cambios de capataces o de bandas de música; pugnas en las elecciones y otros temas por el estilo. Se va generando así una “cultura cofrade” (o mejor kultura kofrade) que se va circunscribiendo a núcleos cerrados de iniciados, autorreferenciales, mientras la hermandad se va empobreciendo conceptualmente –podríamos poner algunos ejemplos, pero no quiero que nadie se de por aludido-. Como consecuencia de todo esto se va provocando la desafección en la sociedad, fuera de esos ámbitos, y al final la Hermandad languidece.
Todos queremos la excelencia de nuestras hermandades; pero para ser excelentes hay que reflexionar y crear conocimientos. Esto supone recuperar y fijar el “modelo conceptual de las hermandades”: el encaje de todos los aspectos que integran una realidad compleja –en nuestro caso una Hermandad- para alcanzar una comprensión completa y cabal de la misma.
Es necesario fijar y exponer sus fundamentos teóricos y doctrinales, con anclajes en el derecho canónico y civil, la economía, teología moral, sociología y comunicación institucional, entre otras materias. No es fácil, supone ir contracorriente, pero es lo que toca hacer ahora. Sólo en la medida en que las hermandades tengan muy claro cuál es su Misión y cómo desarrollarla tendrá garantizado su futuro. Lo demás es correr riesgos innecesarios.
Resumiendo: las hermandades pueden morir de éxito cuando éste se identifica con la consecución de objetivos ajenos a su verdadera misión. Quizá las juntas de gobierno deberían pensar un poco estos temas.
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