JUAN PABLO II A LOS HERMANOS MAYORES

Uno de los personajes claves de nuestra época ha sido San Juan Pablo II.  Pasará mucho tiempo hasta que se asimile y desgrane todo el contenido de su ingente labor.

En su extensa obra, tanto escrita como oral, hay un tema que  aparece como hilo conductor: el concepto  de persona como ser que solo alcanza su plenitud en su relación con los demás, siendo esta relación  además imagen de la relación de Dios. Imposible resumir aquí todo el pensamiento de San Juan Pablo II sobre este tema, sólo unas pinceladas.


Dice el Génesis que «Dios creó al hombre a su imagen, hombre y mujer los creó». Más adelante explica que el hombre no puede existir aislado  («No es bueno que el hombre esté solo»). La persona necesita pues  de la relación con los demás, para alcanzar su plenitud.

El modelo de esta interpretación de la persona es Dios mismo como Trinidad, como comunión de Personas. Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de este Dios no se refiere sólo a que posee  inteligencia y libertad, quiere decir también que el hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don.

Desde esta perspectiva el amor en el matrimonio adquiere una nueva dimensión. La unidad a la que el hombre y la mujer están llamados no consiste en convivir uno al lado del otro, o juntos,  sino que son llamados también a existir el uno para el otro. Una mutua donación que se concreta, en su caso, en el hijo.

Esta visión de la persona tiene especial importancia en el caso de los hermanos mayores de las hermandades  y, por extensión, de los miembros de las juntas de gobierno. De la misma manera que la paternidad es puro don,  la paternidad espiritual que  se le asigna al hermano mayor en relación con los hermanos, también ha de llevar a éste a desear la plenitud del otro, de los hermanos que le han sido confiados. Es en esa donación a los hermanos donde encuentra su realización como hermano mayor, replicando la imagen de Dios en la Hermandad como don de amor recíproco y fecundo.

Comprendo que todo esto le puede resultar confuso a alguno, incluso  fuera de lugar. Es lo que ocurre cuando la persona se centra en sí misma en lugar de centrarse en los demás. Cuando se elige a sí misma en lugar de realizarse en el amor-donación y sustituye la solidaridad por un egoísmo disfrazado de autorrealización, como se aprecia  en ocasiones.

A cada hermano mayor, y su junta de gobierno, le compete estudio y reflexión para ir elaborando un modelo doctrinal, una antropología cristiana, que sustente a su hermandad, sus actividades y sus manifestaciones externas. No se puede construir un edificio sólido sin unos buenos cimientos, por muy vistosa que sea la fachada del mismo. Claro que este es un planteamiento incompatible con las declaraciones de veinte segundos, los mensajes en redes o con un entorno mediático donde las ideas deben llevar la etiqueta de rancias o progres; pero es lo que hay si queremos avanzar.

Para conquistar nuevas tierras se necesitan en primer lugar pioneros que se adentren por territorios aún desconocidos y den a conocer  sus peligros y posibilidades. Tras ellos vienen los colonos, que fiados en los datos de los pioneros se adentran ya por esos territorios dispuestos a establecerse en ellos. Después vendrá ya  la población que se asentará definitivamente  en esos territorios.  Claro  que podríamos añadir un nuevo grupo: el  de los pusilánimes que disfrazan su falta de ánimo para  afrontar nuevas perspectivas  con críticas a lo que no entienden; pero de esos ya hablaremos otro día.

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