Esta mañana me ha llamado alguien muy cercano para decirme que, en ese mismo momento, al entrar en unas oficinas para hacer unas gestiones, una mujer se ha lanzado al vacío desde un edificio inmediato, matándose en el acto. Me lo contaba naturalmente impresionado.
No había pasado una hora cuando en la Red ya estaban circulando fotos del cuerpo de la suicida. Fotos, me cuentan, terribles.
Naturalmente no puedo valorar la decisión de la pobre mujer que se acaba de quitar la vida. Una decisión íntima y tremenda. Lo que sí merece alguna reflexión es el morbo de esas fotos circulando por Internet apenas una hora después.
Que la persona es sociable por naturaleza creo que no ofrece ninguna duda. Precisamente en su relación con los demás se perfecciona como persona. También es evidente que esa sociabilidad, ese relacionarse con los demás, se articula a través de la comunicación. Pero cuando la comunicación falla y se sustituye por información indiscriminada, aumentada por las tecnologías de la información, el efecto es justo el contrario, se somete a la persona a un bombardeo de imágenes y noticias –absolutamente dispares- que no constituyen ningún discurso, simplemente provocan en la persona sentimientos –agradables o desagradables- que duran un instante, hasta el próximo impacto informativo, que borrará a éste antes de que pueda tratar de analizarlos.
Y vamos acumulando cada vez más información, progresivamente truculenta, para que llame la atención, y a tal ritmo que no hay tiempo para analizarla. Así la capacidad de comunicación se reduce a ver si yo soy capaz de transmitir una información más llamativa.
La otra mañana, desayunando con un amigo que vino de fuera, me sorprendió contándome el paseo que había dado para venir a la cafetería en la que habíamos quedado. Las calles mojadas bordeadas de naranjos; un jazmín que florecía a la entrada de una casa; las tiendas que se abrían para atender a los primeros clientes. Lo mismo que yo veía todos los días, pero que no había sabido mirar, descubrir.
Saber mirar es saber amar. También saber escuchar, saber valorar lo que se ve y se oye. Restablecer una comunicación que vaya a la cabeza, no a los sentimientos.
Hay que recuperar la capacidad de comunicación en las personas; eso exige un armazón conceptual básico sobre el significado de ser persona, sobre qué es lo que la perfecciona y lo que la degrada. O se reconstruye desde ahí o corremos el riesgo de convertir nuestro entorno social en un gigantesco “show de Truman”, puro espectáculo que se agota en sí mismo.
Por cierto, nadie me ha dicho que en los comentarios a las fotos alguien haya pedido una oración por el alma de esa mujer.
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