A propósito de García Lorca

P.– No soy de Sevilla, aunque llevo muchos años viviendo aquí. Creo que he aprendido a comprender y querer la rica personalidad de esta tierra en la que han nacido mis hijos. Pertenezco desde hace años a una Hermandad en la que participo  razonablemente,  pero hay algo que no llego a entender: las tensiones y luchas internas que, a veces, se aprecian dentro de las hermandades. Cada día me sorprende más que personas maduras y con cierta formación, al menos aparente, se organicen en bandos que se critican y ponen zancadillas mutuamente y, lo que es peor, ponen sus intereses particulares por encima de los de la hermandad

R.- El tema que plantea no es para contestarlo en pocas palabras. Sería para una o varias reuniones de expertos que abordaran el tema desde la antropología, la psicología, la sociología, la teología y no sé cuantas disciplinas más.

En cualquier caso no se puede generalizar. Hay Hermandades ejemplares y otras en las que esas observaciones que usted hace se manifiestan con más o menos intensidad.

Es cierto que las Hermandades, a  veces,  son grupos  muy replegados sobre sí mismos y los grupos cerrados generan tensiones que complican y dificultan las relaciones personales.

En un triple salto mortal me permito traer a colación la obra de teatro “La Casa de Bernarda Alba”, de García Lorca (un gran autor, a pesar de su instrumentalización por la  progresía de izquierda, que además lo desconoce).  Esta obra es el retrato fiel de una sociedad cerrada, asfixiante, en la que las apariencias, la envidia, los rencores y el afán de  poder, mueven pasiones.

Claro que no trato de establecer un paralelismo entre ambos escenarios,  pero sí de identificar el reflejo de algunos de esos rasgos en la microsociedad cerrada, y en ocasiones aislada del entorno, en el que a veces se convierte la Hermandad, o más bien el pequeño grupo que la vive más de cerca.

En ese ambiente las jerarquías internas se convierten en un fin en sí mismas, se lucha por ellas, sin valorar las capacidades personales ni la aportación que cada uno podría hacer a la Hermandad desde esa posición. El liderazgo se identifica con el poder, cuando la máxima expresión del liderazgo es el servicio.

En una sociedad cerrada se pierde la visión  de conjunto, la capacidad de análisis, la perspectiva, la visión de futuro. Todo se reduce a la realización, o propuesta, de actividades a corto, necesarias desde luego, pero contraproducentes si no se enmarcan en una estrategia global.

Se desconoce que el desarrollo de las instituciones y las personas que las integran depende de la capacidad de aportación de cada uno, a imagen de Dios  que es inagotable en el don. Es lo que ocurre cuando aparece alguien que, en lugar de donar sus capacidades y  su prestigio a la Hermandad, trata de que sea ésta quien le aporte prestigio a él. En consecuencia la Hermandad se empobrece.

Cuando una sociedad corta las raíces internas de su socialitas, o cuando una Hermandad vive alejada de la comunión con Dios, su estructuración como sociedad se desnaturaliza y se desmorona. A partir de ahí ya no es un grupo social, es un ambiente adictivo  que se resuelve en una dialéctica poder-oposición que lleva al populismo, que aparenta amar la libertad pero en realidad prefiere la coacción, en la que el egoísmo personal prima sobre el bien común.

A pesar de todo el futuro es esperanzador. No todas las hermandades son así y en todas va cambiando la forma de pensar, centrándose cada vez más en sus fines y abriéndose a la sociedad.

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