Programas electorales marxistas  

P. Vivo en una localidad importante de la provincia de Sevilla, con varias Hermandades de Gloria y Penitencia. En estas semanas coinciden elecciones en dos de ellas y me sorprende el poco nivel de las propuestas que hacen los aspirantes a Hermano Mayor. Lo mejor que se puede decir de algunas de esas propuestas es que son impropias, por no decir que me parecen ridículas. ¿Es esto una situación  generalizada o sólo ocurre aquí?

R. Unos cuantos números pueden ayudarnos a centrar  la cuestión que plantea. En la Archidiócesis de Sevilla hay más de 600 hermandades, entre Gloria, Penitencia y Sacramentales. Como la mayoría celebran elecciones cada cuatro años, eso quiere decir que cada año se celebran unas 150 elecciones. Teniendo en cuenta que en verano y Semana Santa no se suelen convocar, nos quedan, siendo optimistas, unos nueve meses hábiles para celebrarlas. Esto supone que cada uno de esos meses se celebran entre 15 y 20 elecciones, en muchos casos con dos candidaturas cada una con su proyecto.

En esta situación, o se tiene una idea muy clara de lo que es una Hermandad, cuál es su naturaleza y su misión y cuáles los medios o actividades para desarrollarla o pasa lo que usted dice: programas de poco nivel  que se repiten en sus distintas variantes. Siempre comienzan frases  huecas, trufadas de populismo:  “pretendemos una  Hermandad abierta a todos”; ”queremos unir a la Hermandad”; “devolver la Hermandad a los hermanos(el famoso empoderamiento de la gente); “sólo nos mueve el amor a nuestros titulares”; etc., para proponer a continuación una serie de actividades deslavazadas,  supuestamente originales y atractivas, que se agotan en sí mismas,  hasta llegar al ridículo con algunas propuestas típicamente marxistas (de los hermanos Marx, naturalmente), convirtiendo la actividad de la Hermandad en un remedo de “Una noche en la ópera”.

Esos proyectos se dirigen más al corazón que a la inteligencia de los hermanos, manejando sentimientos antes que doctrina y reduciendo sus planteamientos a un panteísmo con toques sentimentales. En ellos no se tiene en cuenta que el motor de las personas no es  el sentimiento,  sino  la inteligencia, iluminada por la fe.

Es una ley inexorable del mercado: cuando la demanda de un producto, o  servicio, crece desmesuradamente, si no hay capacidad de producción de una oferta adecuada, aparecen sucedáneos y el mercado se empobrece, hasta el punto de aceptar como buenas esas propuestas de baja calidad que le ofrecen.

Que el “mercado” es amplio ya lo hemos comentado: 15 ó 20 elecciones mensuales supone que unas trescientas personas salen cada mes dispuestas a gobernar su Hermandad, entendiendo por tal la realización de actividades supuestamente novedosas y atractivas. Como en estos temas no hay mucho que inventar es fácil caer en lo grotesco en el afán de ser originales.

Ya que hablamos de marxistas citaremos a Gramsci –este sí seguidor de Carlos Marx, no de Groucho-. Su tesis era que la cultura es la que configura los modelos sociales y económicos:  «El “sentido común” –decía Gramsci- es la filosofía de los no filósofos, es decir, la concepción del mundo absorbida y profesada por los diversos ambientes sociales y culturales, en la que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio».

Entre nosotros  ese “sentido común”, durante mucho tiempo, ha sido de fuerte inspiración cristiana. Un cristianismo un tanto acrítico,  o poco fundamentado, pero que servía de aglutinante a un modelo social más o menos cohesionado. Ahora parece que está en crisis. Urge recuperarlo si queremos vivir en una sociedad sana. Esa es tarea de las hermandades; pero para eso es imprescindible que éstas sean dirigidas desde el rigor conceptual, no desde la frivolidad.

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