Qué hemos dejado de hacer bien

P.- Hoy recojo la pregunta que se hacía ayer en voz alta mi admirado J. Félix Machuca en su “Pásalo” en la que ponía de manifiesto las contradicciones entre la fatuidad de mejormundismo sevillano y las miserias de la ciudad, entre ellas el triste  dato de que tres de los cuatro barrios más pobres de España estén en Sevilla.

R.- Evidentemente son muchas las cosas que hemos dejado de hacer bien, eso va con la condición humana, no somos ángeles. Sin embargo entre la juncia y el romero y los niñatos borrachos; entre el arte y tronío de los tablaos y los fraudes millonarios, existe una realidad tan oculta como real.

Me refiero a las familias que acuden a los economatos sociales o a los comedores que sostienen las hermandades; a los alumnos que, en uno de esos barrios más pobres, están siendo ayudados, con la colaboración  anónima de varias empresas, para que puedan realizar sus estudios medios, superiores y de post grado sin más limitación que la que les imponga su esfuerzo personal; a los cientos de personas mayores y solas, que son atendidas por voluntarios que les cubren sus necesidades afectivas, las más duras; a las personas con discapacidades psíquicas, más o menos profundas, que reciben atención  permanente; a   tantos desahucios evitados; a tantos hijos salvados y madres reconfortadas. Y muchas más cosas.

En estos casos siempre hay quien argumenta que esas personas (ciudadanos y ciudadanas, les llaman) pueden ser asistidas  por la Administración, que es quien debe cubrir las necesidades sociales. Habría mucho que hablar sobre el papel de la Administración en la atención a los más desfavorecidos; pero no es el momento. Lo que sí está claro es que la Administración –cualquier Administración-  no atiende a los necesitados desde la Caridad, sino que los asiste mediante complejas –y costosas- estructuras administrativas financiadas no por la solidaridad espontánea, sino  por una solidaridad coactiva (impuestos). La necesidad de amar y ser amado no se resuelve en burocracia. Las necesidades humanas más genuinas – apertura, donación,  amor gratuito- no son susceptibles de ser  atendidas por la Administración, sea ésta del signo que sea.

Esa es una realidad que  está ahí, tapada por el oropel de los chaqués y la miseria de la corrupción rampante. ¿Qué estamos haciendo mal?, fundamentar y ensanchar  esos espacios de solidaridad que están manteniendo nuestra sociedad. Es necesaria una seria reflexión y fundamentación de nuestras hermandades, con rigor académico. Su aportación a la sociedad es lo suficientemente importante como para dejarla, simplemente, a la buena voluntad de las juntas de gobierno. Mientras, mi aplauso y reconocimiento a su labor, tan oculta como decisiva.

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