Ejemplaridad

P.- Quisiera exponerle un tema un poco delicado: la  situación que se plantea algunas veces  con personas relevantes del mundo cofrade por  la falta de coherencia entre sus responsabilidades en la hermandad y su vida personal. En estos casos hay quien soluciona la cuestión diciendo que “mientras cumpla bien sus obligaciones con la hermandad no hay por qué meterse en la vida privada de cada uno”. Puede que sea así, pero desde luego no resulta nada edificante, aunque no me afecte directamente.

R.- Plantea un problema muy serio que no se resuelve con tópicos o frases hechas del tipo “allá cada uno con su conciencia”.  Si lo que quiere, como supongo, es una opinión fundamentada, me temo que  tenemos que entrar un poco más a fondo en el asunto.

El planteamiento de que cada uno puede hacer lo que quiera con su vida  mientras a mí no me moleste es falso. El comportamiento privado no es  un problema de “cada uno”, sino también de todos los que, directa o indirectamente, se relacionan con él. Cualquier acto de la persona, público o privado, afecta positiva o negativamente a la persona que lo realiza, desde luego; pero también a los demás, a los que causa un beneficio o un daño.

El concepto de persona no es algo que podamos definir a nuestro gusto. Cuando decimos de alguien que es una excelente persona, o un hombre o mujer de una pieza, todos sabemos a quién nos estamos refiriendo: a alguien  que reúne  las características que debe tener  una persona cabal, y que no hace falta que nos enumeren cuáles son.

Cuando alguien actúa mal, es decir: de modo contrario a como debería portarse una persona excelente, se empobrece, se deteriora como persona. Una persona deteriorada, deteriora también su percepción de la realidad, con las consecuencias que esto acarrea en sus juicios.

En otras palabras: el que no vive la virtud es incapaz de tomar decisiones coherentes con la naturaleza humana, aunque sea hábil en el manejo de las claves para el gobierno de la hermandad. La ética es inseparable del análisis y de la toma decisiones. Si el responsable de una hermandad actúa mal, aún en su vida privada,  se deteriora, se empobrece, sus  relaciones también se verán deterioradas y, como consecuencia de todo esto, la organización  se deteriorará.

También si un hermano mayor, o cualquier otra persona con responsabilidad de gobierno,  no actuara bien, éticamente,  en el gobierno de su organización, por comodidad o por no indisponerse con la Junta de Gobierno o con algunos hermanos, se dañaría a sí mismo y a la institución. 

Por eso asumir un puesto de gobierno no es algo externo, implica a la persona en su totalidad  y exige lealtad hacia uno mismo y hacia la hermandad. No se puede argumentar: “allá esa persona con su vida privada, a mí lo que me interesa es su dimensión pública, como responsable de la hermandad”, porque si su vida privada está averiada, averiará también  la asociación que gobierna.

Esto no es meterse en la vida de cada uno. Exigir ejemplaridad en quien gobierna  es proteger mi vida personal y la de las instituciones que quiero,  en las que me muevo y en las que me enriquezco y perfecciono como persona.

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