El fondo y la forma

P.- ¿No le parece que a veces las hermandades viven demasiado pendientes de los formalismos?, ¿no cree que un poco más de espontaneidad les vendría bien? Me parece que se están quedando fuera de la realidad; trasnochadas.

R.- A veces tendemos a clasificar los asuntos y las opiniones en dos grandes apartados: blanco o negro. Pero entre esos dos extremos hay una gama de colores y matices que son los que de verdad colorean la vida de las personas y los grupos.

Es muy importante el cuidado de las formas, por supuesto. Ya he comentado otras veces que el rigor en el culto es expresión del respeto y consideración hacia la liturgia y lo que significa. La intervención en los cultos de unos acólitos  vestidos de forma descuidada  o desaliñados no sería expresión de espontaneidad, sino de falta de respeto a Jesucristo y a su Madre, en primer lugar, y también a los hermanos que participaran en esa celebración litúrgica.

De la misma manera hay que cuidar el trato interno entre los hermanos: el cuidado de las formas –y del lenguaje- en los cabildos de oficiales o generales; la preparación de los actos;  la atención a las personas que van a dar una charla; la moderación en las comidas de hermandad u otras celebraciones (perdón por descender a estos detalles, pero podría contar anécdotas reales bastante increíbles); el tono humano del trato entre hermanos. Las hermandades han de ser también escuelas de convivencia.

Aclarado esto pasamos al otro extremo: ser tan esclavos de las formas en el día a día que se dificulte la gestión de la hermandad. El “siempre se ha hecho así” es una frase tan inexacta como perjudicial. El “siempre” se puede referir a los últimos diez o quince años. A lo mejor veinte. En cualquier caso una etapa breve y poco significativa en una hermandad centenaria.

No confundir los planos. Hay aspectos intocables, los que hacen referencia a la misión de la hermandad. Entre ellos los cultos, en los que el esmero y cuidado de las formas es expresión de religiosidad, elegancia y  veneración; pero los temas que hacen referencia a la gestión de la hermandad han de estar en permanente innovación, o casi. 

Elevar a la categoría de intocables aspectos de la  gestión que han ido cristalizando en el tiempo es llevar a la hermandad al anquilosamiento, centrada en los aspectos formales, y viejos, que le  impiden  avanzar en el cumplimiento de sus fines.

Esa actitud además evidencia un cierto miedo. Miedo a la libertad, prefiriendo vivir en la seguridad de unos esquemas que terminan convirtiéndose en prisión que nos limita el contacto con la realidad y frena  el avance.

Plan de comunicación institucional, contabilidad analítica, redefinición y mejora de procesos, atención permanente al cumplimiento de la normativa civil y tributaria, posicionamiento, evaluación del grado de satisfacción de los hermanos, y otras cosas por el estilo, no son herejías, son ayudas para el mejor cumplimiento de los fines de la hermandad: promover el culto público, fomentar la caridad en los hermanos y cuidar su formación religiosa.

Saber distinguir estos planos exige una intensa y permanente formación en temas doctrinales y también de gestión. Ni gestión sin doctrina, ni doctrina sin gestión.

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