Cocina tradicional

P.- ¿No cree que se están complicando mucho las cosas con las hermandades? Por una parte están los frikis que se pasan el día hablando de marchas, costaleros,  estrenos e itinerarios. Por otra los que se ponen en plan erudito y se dedican a exponer teorías extrañas. ¿Tan difícil es hablar de hermandades con sensatez?

R.- Estoy de acuerdo con usted. El problema es fijar dónde está la sensatez. Seguro que esos frikis que se pasan el día hablando de cotilleos electorales, grabando ensayos de costaleros o  colgados en las redes sociales piensan que eso es ser cofrade. No llegan a más; pero lo mismo pasa en el otro extremo, el de los eruditos y sociólogos aficionados a los que usted alude.

A lo mejor la comparación que le pongo no es la más adecuada,  pero es la que se me ocurre,  ahora que están tan de moda los concursos de cocina. Aquí pasa como con la comida: los hay que son incapaces de pasar de la hamburguesa y las patatas fritas; creen que eso es comer. En el otro extremo están los sofisticados, los que se empeñan en buscar nuevos sabores y experiencias y proponen experimentos como el de la tortilla de patatas  deconstruida, que al final ni es tortilla ni es nada.

Esto de la deconstrucción, que en la gastronomía no pasa de ser un ensayo más o menos afortunado para iniciados, tiene su peligro cuando se aplica a otras categorías. De lo que se trata es de descomponer un concepto en todos sus elementos para cambiar su sentido. Es lo que algunos están haciendo con la familia, por ejemplo. Cuando se aíslan y reelaboran conceptos como paternidad, maternidad, matrimonio o desarrollo personal, se termina construyendo una nueva realidad en la que la paternidad se sustituye por la categoría administrativa de progenitores A y B; el matrimonio pasa a ser pareja en un permanente proceso de reelaboración dialéctica y la familia como ámbito de desarrollo personal se sustituye por el intento de autocreación a partir de la ideología de género.

Algo parecido ocurre con las hermandades. Cuando se analizan  sólo desde el prisma de los costaleros, elecciones, autorizaciones de salidas extraordinarias, acciones sociales reducidas a filantropía, estética de besamanos  o examen  del funcionamiento interno de  juntas de gobierno, se corre el peligro de deformar cada uno de esos conceptos esos conceptos y luego, al tratar de reunirlos,  surgen realidades deformes e irreconocibles.

No digo que no sean importantes todos esos asuntos, sino que hay que tratarlos en su conjunto, integrándolos en un modelo conceptual completo en el que cada elemento tiene su dimensión e importancia. La deconstrucción no es aplicable a las realidades sociales. Se corre el peligro de corromperlas. En estos asuntos es mejor recurrir a la cocina tradicional, en la que los distintos ingredientes de un plato han de ser seleccionados, tratados, combinados e integrados en su tiempo y medida y con el tiempo de preparación y reposo adecuados.

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