Disrupción

P.- Hace unos años estuve en una Junta de Gobierno. No voy a decir que lo pasara mal, ni mucho menos. Creo que trabajamos bien; pero hoy, pasado un tiempo,  veo que se siguen repitiendo las mismas formas, los mismos modelos y las mismas discusiones. Al cabo de los años –tampoco tantos- veo todo ese mundo un poco rancio y poco atractivo, poco ilusionante. Por supuesto que hay excepciones, pero  muchas veces los miembros de Junta de Gobierno no son los más capaces o mejor preparados,  sino aquellos a quienes les hace ilusión pertenecer a la Junta de Gobierno, sin más. 

R.- Bueno, cada etapa de la vida tiene sus ilusiones y genera sus propios proyectos. Es normal que situaciones que le ilusionaron hace algún tiempo ahora no le motiven tanto. Pero centrándonos en lo que plantea. Creo que no es cuestión de personas sino de modelos de gobierno. Efectivamente hay mucha rutina en la gestión de hermandades. En ocasiones parece que ésta se reduce a seguir haciendo las actividades que marca el calendario, “como se han hecho siempre”,  especialmente la Función Principal y la salida procesional. Y cada tres o cuatro años preparar las elecciones para que no haya sorpresas.

Pero a una hermandad se va a dirigirla, a hacerla crecer, no a administrar la rutina;  identificar las  tendencias y anticiparse; a innovar, que no es  inventar nada, sino  hacer mejor lo que hay que hacer, despojándolo de adherencias; a conseguir que toda la hermandad,  se alinee con esa exigencia de innovación permanente que se requiere hoy.

Los últimos años vienen siendo muy cómodos para las hermandades, tanto que al final las juntas de gobierno se aburguesan y terminan enredándose en asuntos menores. No me imagino yo una empresa  que en las reuniones de su consejo se dedicara a discutir acaloradamente sobre qué plantas deben decorar las oficinas o quien debe gestionar el equipo de mantenimiento, en lugar de preocuparse por  la calidad de los servicios que ofrece, o la satisfacción de sus clientes.  Diría muy poco de la profesionalidad de esos directivos.

No se tratar de romper con el pasado, de destruir, de cambiar por cambiar, sino de asumir actitudes creadoras, prácticas, concretas y productivas,  con la visión puesta en el cumplimiento de la misión de la hermandad, que no es otro que el perfeccionamiento cristiano de los hermanos. Eso supone muchas veces una ruptura muy marcada respecto a las pautas de conducta y comportamientos sociales aceptados  que pueden amenazar la armonía e incluso la supervivencia de la hermandad

Este cambio de paradigma se concreta en dos ámbitos especialmente: en primer lugar hay que empeñarse en redescubrir  los fines de la hermandad y centrarse en ellos, limpiándolos de las adherencias acumuladas a lo largo de los años, de la misma manera que a veces resulta necesario restaurar las imágenes, eliminando los repintes y suciedad acumuladas en el tiempo.   

Por otra parte hay que convencerse de que sacar adelante una hermandad requiere hoy una serie de habilidades y conocimientos que no se pueden sustituir con buena voluntad y amor a la hermandad. La llevanza de la contabilidad, el cumplimiento riguroso de las obligaciones tributarias –Impuesto de Sociedades incluido, en su caso-, el depósito de  cuentas, la inscripción del representante legal de la hermandad –el Hermano Mayor- en el Ministerio de Justicia (RER), la planificación de inversiones  y algunas cosas   más, no se improvisan.

El escenario social está cambiando de forma acelerada.  Las hermandades, sus responsables, no pueden seguir dedicando lo mejor de  su tiempo a discutir cuestiones triviales, ajenas a su esencia, mientras el entorno las está empujando a arrebatarles su liderazgo social, el que justifica su razón de ser.

Este es el desafío que tienen hoy las hermandades. Descubrir sus orígenes, avivar sus raíces, recuperar su liderazgo moral y social, ser referencias. Eso exige disrupción, que se ha de fundamentar en una intensa formación cristiana y una  formación profesional rigurosa, fomentando así la selección natural de los mejores.

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