La parte del todo

P.- Cada vez encuentro más parecido entre las hermandades y los partidos políticos. En lugar de  gobernar para atender los intereses generales, parece que lo importante es conseguir y retener el poder. Y se olvidan de los hermanos de a pie, esos que se citan en todos los proyectos cuando se dice que la candidatura pretende abrir la hermandad a todos y que todos participen. Hay muchos más hermanos que los que van habitualmente por la hermandad ¿le preocupan a alguien?

R.– Tendemos a tomar la parte por el todo, a creer que la hermandad la forman sólo ese  10% de hermanos,  más o menos, que se mueve habitualmente en torno a la misma y que acuden con cierta regularidad a las actividades organizadas por ésta. Algunos más los días de la Función Principal y más aún el día de la estación de penitencia.

Quizá lo que hay que modificar  es el concepto de hermano. Éste no es sólo el que va habitualmente por la hermandad porque sus ocupaciones y su vecindad se lo permiten. Hermanos son todos, los que acuden y los que sólo están vinculados por lazos afectivos y de fe que mantienen en el tiempo y en la distancia. También ellos van conformando la hermandad, con el mismo cariño y eficacia que los asiduos.

Hermana, y con cargo importante,  es esa Diputada Mayor de Gobierno que cada mañana organiza la cofradía desde su casa hasta el colegio, ¡y cumpliendo horarios!

Y los priostes que preparan  una fiesta familiar con cariño para dar la sorpresa al protagonista.

Los que  instalan su particular palquillo en la tribuna de los años, o en el palco del hospital desde el que se aprecian mejor, con más calma,  los detalles de cada cortejo, mezcla de nostalgias y esperanzas.

Los que hacen de cada visita a sus padres un besamanos permanente.

Los que cada mañana van, por el camino más corto, a cumplir  la estación de penitencia de su trabajo,  hecho con ilusión y rigor. También los que aguantan el parón del desempleo.

Los diputados de tramo que se preocupan  de mantener su familia unida, sin cortes,  y procuran encender el cirio de la fe a quien se le apaga o debilita.

Los fiscales de cruz de guía preocupados porque parece que el hijo adolescente que salió de noche está acumulando retraso.

Los que asisten a la función principal convocada por los abuelos para celebrar sus bodas de oro. Allí van hijos y nietos a hacer su protestación de fe.

Los que cargan cada día con el bendito paso de misterio de su familia. Sin relevo, de mármol a mármol, siempre de frente, al Cielo con ella.

Las camareras que cuidan y visten  a sus  mayores, viva  representación  de las imágenes de los titulares, con su movilidad limitada, la expresión inalterable; pero que cada día avivan nuestro cariño sólo con colocarse delante de ellos.

¿Seguimos? 

De esos hay que preocuparse. A lo mejor van muy poco, casi nada, por la capilla o por la casa hermandad,  ¡pero son la hermandad! La viven en la sencillez  heroica  de su día a día.   Hay que cambiar la perspectiva,  identificar a esos hermanos, ponerles  cara, atenderlos prioritariamente. Para eso no hacen falta complicadas estrategias de marketing relacional, sólo dos cosas:

Por una parte una Junta de Gobierno que trabaje  intensamente en la gestión de la hermandad, con visión de futuro. No  para colgarse medallas, sino para que se las cuelguen los que vengan después. Reforzando los  cimientos, para que los siguientes estén seguros.

Por otra tener siempre presentes a todos los  hermanos y hermanas de los que hemos hablado. Se trata se echar horas delante de los titulares y del sagrario rezando por ellos, encomendándolos. El hermano mayor no es la cabeza de la hermandad, es el corazón y en él han de encontrar acomodo todos los hermanos.

Y una más: que cuando esos hermanos que van menos por la hermandad se acerquen un día a ella, se sientan acogidos, que no perciban que aquello es como un club privado de unos pocos, los asiduos.

 Me he extendido en la respuesta, lo siento; pero el asunto lo merece. No podemos seguir dejando fuera al noventa por ciento de la hermandad. Algún capillita me tachará de soñador; pero si dejara de soñar me moriría.

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