DEFINIENDO EL TERRENO DE JUEGO  

       campo cercadoHace unas décadas las noticias cofrades eran escasas, poco relevantes y limitadas al tiempo de Cuaresma.

Hoy tanto los diarios generalistas como los digitales especializados han de rellenar  cada día del año sus páginas de noticias sobre hermandades,   la mayoría intrascendentes, a las que hay que dar un cierto realce para convertirlas en algo importante: un posible cambio de capataz o de banda de música es un notición que se estira durante semanas; la cena en la playa de un grupo de amigos de la hermandad se filtra como una posible candidatura alternativa.

Esta avidez por  informaciones que no pasan de cotilleos ha creado una categoría: la del  “influencer cofrade”, que se hace eco de todo este material con la esperanza de sumar seguidores  que  le aporten “likes” y lo encumbren a la categoría de creador de opinión entre una turba  de personajes tan insulsos como él.

A falta de un análisis riguroso de los hechos, en los 280 caracteres poca reflexión cabe, con relativa frecuencia se recurre  la provocación y el enfrentamiento,  contagiados por el populismo ambiental.  El aprendiz de “influencer” trata de  de afirmarse “frente al otro”,  buscando la polémica que le proporcione un cierto protagonismo.

Frente a este panorama trata de abrirse paso la  información y la opinión serena y fundamentada, consciente de que en estos temas, como en todos, las diferentes opiniones han de plantearse serenamente en el terreno de la teología moral y la antropología cristiana, no en el de hechos irrelevantes y menos aún en el de los chismes.

En cualquier debate es necesario delimitar el terreno de juego, el marco mental de discusión, no aceptar el establecido  por quienes, escasos de conocimientos y faltos de  argumentos,  sólo se manejan en la discusión ramplona y necesitan crear enemigos a los que llevar la contraria para  autoafirmarse.

Moverse en el ámbito de las redes sociales es jugar con trampa y en un campo minado, pero uno siempre puede rehusar  esas reglas de juego, ese marco de interpretación de la realidad en el que te posicionan frente a supuestos  enemigos que no has elegido.  Ese negarse a entrar en esos debates no es  soberbia elitista,  sino establecer un marco de discusión adecuado a las hermandades entendidas como realidades humanas.  En  el momento que se acepta jugar en el terreno del otro, con sus normas y su relato, aceptando el encasillamiento en  categorías preestablecidas, desconociendo la única categoría, que es la  de hijos de Dios, libres, el debate está viciado.

Las hermandades son espacios de libertad en los que  vivir y crecer como personas. Eso requiere experiencia, estudio, reflexión y espíritu amplio. Cuando se reduce la religión  a ideología y las hermandades a grupos de presión desde los que alcanzar una cierta hegemonía social, aureolada por una  supuesta superioridad moral  que disimule  su inconsistencia, el debate está falseado.  Aquí ya no  se trata de confrontar ideas para buscar zonas de entendimiento y mejora,  sino de sacar del terreno de juego al otro, a  quien  pone en riesgo mi débil seguridad, más o menos sublimada,  fundamentada en la ocupación de parcelas de poder  o  plataformas de opinión.

Es necesario marcar el terreno, aportar herramientas para identificar la información relevante que nos proporciona la sociedad, analizarla desde una perspectiva integral y  tratar de mejorar los modelos culturales y sociales, que es uno de los fines de las hermandades.

 

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