EL SÍNDROME DE LA RANA HERVIDA

       rana en olla

Dudo mucho que el experimento se haya realizado nunca,  pero  resulta muy didáctico: si se introduce una rana en un recipiente de agua a temperatura ambiente, ésta se encuentra confortablemente instalada en su  medio. Si aumentamos un grado la temperatura del agua la rana no lo percibe y sigue en el recipiente. Así vamos subiendo la temperatura de grado en grado, para que la rana no perciba el aumento y continúe en el agua, hasta que al final muere hervida.

Esta fábula  nos puede servir para entender lo que está pasando en nuestro entorno: la transformación de la sociedad, el medio ambiente natural en el que nos movemos. Una transformación que se va haciendo de forma suave,  “grado a grado”.

Referido sólo a la política familiar, esencial para el mantenimiento de una sociedad libre, podemos apreciar cómo la temperatura y ha subido  alarmantemente.

Inició el proceso una ministra que proclamó: «No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres». A partir de ahí se ha ido  desarrollando una batería de normas engarzadas en esa dirección. La primera la protección del aborto, hasta el punto de procesar por la vía penal a quien  rece delante de una clínica abortista: ¡se prohíbe rezar!

Para los que nacen sigue subiendo la temperatura. Ya que no pertenecen a los padres, el Estado se encarga de la educación de los niños de 0 a 6 años garantizando una “oferta pública y gratuita de plazas”. En la programación educativa de estos centros se incluye  la «construcción de género»,  con el fin de que los niños, desde esa edad, puedan ir eligiendo género, con independencia de su sexo. Esta materia se desarrolla después en toda la enseñanza obligatoria. Se prevé además  que,  a partir  de los dieciséis,  se pueda cambiar de sexo en el Registro Civil sin permiso de los padres.

El mérito y el esfuerzo han quedado desterrados de la escuela. Clasificar a los alumnos en función de su aplicación e interés es discriminatorio, dicen.

Paralelamente se avanza una nueva ley para el pleno reconocimiento  jurídico y social de la diversidad familiar y se califican como «discursos de odio» las razones de quienes defienden  la denominada despectivamente familia tradicional.

Los contenidos de la geografía y la historia se manipulan, con lo que los alumnos terminan desarraigados y sin referencias.

Y todas  las programaciones han de ser transversales, sostenibles, inclusivas y con perspectiva de género.

A la vista de esta muestra de normas ya en vigor, algunas en  proyecto cabría pensar cuántos grados ha subido ya la temperatura del agua.  Si a estas iniciativas añadimos otras no referidas a la familia pero con la misma orientación, creo sinceramente que hay que saltar ya, para no quedar cocidos.

En este salto las hermandades tienen mucho que decir.  La pertenencia a una hermandad es fuente de exigencias éticas vinculantes, lo que obliga a sus responsables  a la elaboración o reconstrucción de la antropología, y su vinculación con la Doctrina Social de la Iglesia, desde las hermandades.

Rehuir esta responsabilidad y considerar la hermandad como territorio franco ajeno a las cuestiones temporales significa renunciar a la libertad personal y entregarla a quienes se empeñan en que el hombre se diluya en la dimensión del Estado.

Se trata de elegir entre dejarse cocer o recuperar la iniciativa en la reconstrucción de una sociedad a la medida de la grandeza humana. Buena ocasión para recuperar  aquellos  versos de Gabriel Celaya: «¡A la calle! que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo».

 

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