EL ESPONTÁNEO

         Una de las ventajas de mantener esta columna desde hace años es que se va creando una cierta complicidad con los lectores que son quienes, en muchas ocasiones, te van proponiendo temas,  sin pretenderlo, con un simple comentario o una observación. Ahora  hemos dado un paso más, uno de ellos me ha dado el artículo hecho. Me limito a transcribir sus comentarios:

«Hace unos días planteaba una serie de preguntas sobre algunos temas que, aunque “siempre se han hecho así”, se deberían repensar, aunque sólo fuera para concluir que se deben dejar como están.

»Entre esas preguntas hay una sobre la que quiero darle mi opinión: ¿hay una inflación  de actos litúrgicos o paralitúrgicos?, ¿hay también un excesivo movimiento de representaciones en todo tipo de actos?

»Le contesto con un rotundo sí, es más, creo que el que sea una tendencia que que incluso va en aumento se debe a que algunos de los integrantes de esas representaciones disfrutan de una especie de plus emocional asistiendo a los mismos. Observe con qué efusividad saludan a los miembros de la Junta de Gobierno que esperan en la puerta de la iglesia a los asistentes. Allí se quedan unos momentos,  comentando las últimas incidencias cofrades, hasta que llega el Diputado Mayor de Gobierno, o su equivalente, invitándoles a acompañarle  para situarlos en el lugar que tienen reservado. Allá que van los  orondos representantes,  avanzando por el pasillo central de un templo abarrotado  hasta los primeros bancos en los que se les indica su sitio. Ese paseíllo con reminiscencias maestrantes compensa muchos sinsabores.

»A la terminación del acto el protocolo está menos definido, pero la cortesía exige acercarse al hermano mayor anfitrión para agradecer la invitación, accediendo  y participando del grupo que le rodea.

»Y hasta la próxima representación»

Debo decir a mi amigo lector, y amable espontáneo, que las generalizaciones suelen ser peligrosas, por injustas; pero es interesante identificar y analizar  comportamientos que pueden convertirse en tendencia. Las epidemias comienzan siempre por unos casos aislados a los que no se les presta la debida atención.

Los expertos en psicología explican la necesidad de reconocimiento que tenemos todos. En las organizaciones se conoce como “salario emocional” ese plus que necesitan los empleados una vez que han resuelto sus necesidades básicas. Como las barreras de entrada para formar parte de  una junta de gobierno en ocasiones son poco rigurosas, puede haber quien busque en esa pertenencia su salario emocional, esa necesidad de reconocimiento que a lo mejor  no ha encontrado en su ámbito laboral, social u otros. Nada hay de malo en esa actitud, en principio, siempre que no se descompense y pase a ser el objetivo principal.

La necesidad de reconocimiento no es un fin en sí misma, ha de ir acompañada por la motivación de  adquirir  bienes no sólo útiles o agradables, sino también morales y trascendentes, para poder entregarlos a los hermanos.  Ese juego de aceptación y donación es el fundamento de la vida cristiana: dejarse amar incondicionalmente por Dios y trasladar ese amor a los demás de manera libre y gratuita.

La pregunta entonces no sería si hay inflación de  representaciones, sino en qué medida mejoran a los que participan en ellas.

 

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