LA CORRIENTE

         salmones remontando la corrienteHay quien presume de tener una gran experiencia porque  le han ocurrido muchas cosas; pero en muchos casos no es cierto, ha participado como espectador o protagonista en esos acontecimientos  pero sin aprender nada de ellos. No ha sacado ninguna enseñanza que le sirva para el futuro.  Ha sido simple figurante de una obra de la que no supo la trama ni, mucho menos, el desenlace.

También conocemos personas que han sufrido una enfermedad grave o atravesado cualquier situación difícil y al superarla ven las cosas de otra manera,  tienen otra escala de prioridades, aprecian qué es lo realmente importante y se olvidan de naderías. Han sacado conclusiones.

Todos hemos pasado muchos meses, demasiados, realmente malos: confinamiento, incertidumbre, tristeza, muerte de familiares o amigos. También en las hermandades: supresión de cultos, nuevas formas de pobreza, ausencia de referencias, desconcierto en muchos casos.

Se podría decir que hemos vivido una sucesión de acontecimientos  tremendos; pero no sé si todos hemos adquirido experiencia, si hemos sido capaces de reflexionar sobre lo pasado y sacar consecuencias para el futuro, o simplemente estamos felices porque, por fin, podemos volver “a lo de siempre”.

Además del Covid-19 han pasado otras  cosas. Hay una rara coincidencia entre los estudiosos de las ciencias sociales al afirmar que en los últimos diez años se ha dado  un cambio cultural radical, más que en todo el siglo anterior. Esta afirmación tan rotunda tiene  muchos matices, desde luego; pero de lo que no cabe duda es que estamos en un cambio cultural permanente tan intenso como confuso, acelerado, aunque no provocado,  por la pandemia. Conviene no meter todo en el mismo saco.

Las claves de ese cambio cultural son: antropocentrismo relativista, relegación de Dios, pérdida de la noción de naturaleza humana, desorientación de la libertad. En definitiva: crisis de la Verdad.

La naturaleza humana tiende hacia unos fines: el conocimiento de la Verdad, el amor al Bien, la contemplación de la Belleza. Si se desconoce o niega esto, el hombre se queda sin referencias, sin libertad. Misión de las hermandades es procurar  que la verdad sobre el hombre vuelva a estructurar la vida social. Porque “no hay desarrollo pleno ni un bien común universal sin el bien espiritual y moral de las personas” (B.XVI).

Si en una familia los padres estuvieran preocupados sólo de la decoración de la casa y de las actividades del fin de semana o  verano, poco a poco irían perdiendo el sentido de familia, porque los lazos que la unen no son las actividades y el sentimiento, sino los valores compartidos. Lo mismo en las hermandades: sin  la Verdad todo se hunde, el hombre se hace el centro  y Dios es mero sentimiento, no una realidad objetiva.

Para lanzarse por este camino, compatible con lo convencional, es necesario asumir el riesgo de la libertad. Verdad y libertad forman un binomio inseparable. La crisis actual es una crisis de verdad (y de libertad). Las hermandades han de romper ese bucle, sin miedo a  ir contra corriente.

Un poeta español del siglo XX tan importante como desconocido, Bartolomé Llorens, hermanado con S. Juan de la Cruz, nos dejó estos versos en su poema “Canción del Agua Viva”:

 Dejó mi amor la orilla
y en la corriente canta…

 No volvió a la ribera
que su amor era el agua.

Dejar la orilla, cómoda y atractiva, para lanzarse a la corriente de la sociedad, de todos los hermanos, no sólo de los más cercanos, dotando de sentido formativo y apostólico a todas las actividades, como van haciendo ya tantas hermandades, la última el Gran Poder con su misión a los barrios. Eso es “dejar la orilla” y lanzarse al agua en una vida de hermandad  sumergida en la misma vida de Dios.

 

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