EL SINDROME DEL  HAMSTER

         jaula hamsterEl hámster es un pequeño roedor, muy activo y de buen carácter, apreciado como mascota. Su  hiperactividad hace de él un continuo espectáculo. Las jaulas en las que se crían suelen tener artilugios para que se entretenga. Así pasa el día el animalito recorriendo túneles o pedaleando en una rueda para terminar  agotado, exactamente el mismo punto en que empezó su ajetreada jornada.

Hace bien, al fin y al cabo él no tiene que reflexionar, le basta con seguir su instinto y, de paso, entretener a su propietario, feliz con esa manifestación permanente de vitalidad de la que hace gala su mascota, un  activismo sin meta que le mantiene ocupado aunque no le lleve a ninguna parte.

Pudiera haber algún cofrade bienintencionado que presentara algún rasgo de lo que podríamos llamar el “síndrome el hámster”. De ser así resultaría preocupante. El roedor sólo tiene que seguir su instinto, pero la persona no se realiza en sus instintos, sino que se perfecciona en las decisiones que va tomando en el ejercicio de su libertad,  lo que le lleva a tomar iniciativas  para alcanzar su plenitud como persona. Su actividad no es un fin en sí misma, como en el hámster, en los hermanos ha de ir enfocada a hacer de de sí mismos y de  la hermandad un instrumento al servicio de la evangelización.

Eso requiere tener claro cuál es el propósito de la hermandad y las referencias en las que se ha de sustentar. La falta de referencias, de anclajes y de metas en cualquier organización la hace  especialmente vulnerable. Es el momento para los oportunistas, los líderes carismáticos,  que se apoyan en planteamientos emocionales  con propuestas simples y efectistas,  dirigidas más al corazón que a la cabeza.  Las hermandades no son ajenas a este riesgo, especialmente en épocas  electorales en la que se agudizan tensiones.

Es necesario superar el bucle de  gestionar la rutina sin plantear nuevos retos, nuevos horizontes. Reconocer que el motor de las personas no es  el sentimiento,  sino  la inteligencia, iluminada por la fe;  que la esencia de la piedad no es el corazón sino la voluntad decidida de servir a Dios y que una concepción reductiva de la persona humana supone también una idea equivocada de la sociedad y de sus instituciones, incluidas las hermandades. Los personalismos y las estrategias a corto plazo sin más finalidad que conseguir el control de la organización sin atender a sus fundamentos doctrinales,  desembocan en una crisis de identidad trufada de populismo.

Una hermandad no se gobierna con imaginación y opiniones, sino con fundamentos y convicciones. No animando el bullicio de vivir  experiencias, sentimientos, sino proporcionando anclajes firmes  sobre los que construir una vida lograda, de acuerdo con los planes de Dios.

No  se trata poner  nuevos artilugios en la jaula para hacerla más divertida, sino de abrir las puertas a la libertad, aún asumiendo los costes de la misma.

 

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