RODEADOS

          “¡Estamos rodeados. Esta vez el enemigo no se nos escapa!”. Ese fue el mensaje que envió a su Estado Mayor el responsable de la defensa de una posición. No sé como terminó aquella batalla; pero con esa visión tan positiva es muy posible que saliera bien y rompiera el cerco.

Hoy se habla de  la “cultura woke”, el poshumanismo,  el neoestructuralismo en el lenguaje, el movimiento “black lives matter”,  o “me too” y muchos términos o conceptos por el estilo. No son solamente frases pedantes para presumir de “cool” (otro palabrita por el estilo), son expresiones de corrientes de opinión, a veces asumidas inconscientemente,  que tratan de configurar un nuevo orden social opuesto a la naturaleza humana y a la libertad.

Recorren la sociedad actual ideas que tienen su reflejo en  leyes que no pretenden ordenar la realidad y las costumbres, sino crear una realidad distinta imponiendo  nuevas costumbres. Todas  tienen algo en común: dar a los sentimientos la categoría de norma general y construir toda una ideología totalitaria y excluyente a partir de esos  sentimientos.

En esta situación también las hermandades tienen que  decir ¡esta vez el enemigo no se nos escapa!  De nada sirve vivir ignorando  la realidad y encerrarse en  un mundo autorreferencial. La primera condición necesaria para esquivar un peligro o resolver un problema es ser conscientes del mismo, identificarlo y diagnosticarlo. Las hermandades, es decir los hermanos que las integran, forman parte de la sociedad civil y conviven con todas las corrientes de opinión que se van dando en cada momento histórico. Conocerlas, valorarlas, y actuar es fundamental para poder vivir en sociedad y para «santificar el mundo desde dentro», como propone la Iglesia a todos los fieles (C.V.II).

Estos días ha corrido por los medios la imagen de una casa en La Palma que ha quedado intacta en medio de un mar de lava solidificada: indemne pero inaccesible.  Las hermandades no pueden quedar aisladas en la sociedad, han de pasar a la acción.  Las actividades de las  hermandades no son un fin en sí mismas, han de estar enfocadas al  encargo que les trasmitió la Iglesia al erigirlas, eso exige armar un modelo conceptual coherente con la doctrina de la Iglesia, bien fundamentado, en el que insertarlas. Un modelo planteado  con absoluta libertad, que adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad que proclama.

Dispuestos a aceptar  la confrontación, siempre que ésta se plantee con argumentos rigurosos, no con descalificaciones  formuladas  desde fuera (“los católicos no tenéis derecho a imponer vuestras ideas”) o desde dentro (“ese no es cofrade, ¿qué sabrá?”, o “no es del barrio”, o “seguro que busca algo”,…).

Por supuesto que todo eso lleva al cuidado y fomento de los temas más inmediatos y que son la razón de ser de las hermandades: formación, caridad y cultos, pero si la actividad de la hermandad pierde su finalidad y se centra sólo en lo sensible la  verdad objetiva podría desaparecer al quedar  reducida a sentimiento.

 

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