LA OTRA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN

       pintura religiosaA finales de los sesenta del siglo pasado se fueron perfilando en América Latina distintas corrientes doctrinales y de actuación que se aglutinaron bajo el  denominador común de Teología de la Liberación.

Ante las lacerantes condiciones sociales del entorno los impulsores de este movimiento buscaban una aplicación de las enseñanzas de la Revelación a las cuestiones sociales, tomando  como herramienta el análisis marxista —el materialismo histórico— para poder interpretar una realidad social tan compleja y difícil como la de América Latina e intentar transformarla, creando nuevas estructuras en las que insertar a los  colectivos oprimidos.

Con absoluto respeto a las personas, alguna pagaron con su vida la defensa de sus ideales, la  Iglesia fijó en sendas instrucciones la posición sobre estos temas. En  “Libertatis nuntius” (1984)  aclara que el mal no se localiza en las «estructuras» económicas, sociales o políticas. Las estructuras son consecuencias. La raíz del mal reside, pues, en las personas libres y responsables, que deben vivir y actuar como criaturas nuevas, en el amor al prójimo, la búsqueda eficaz de la justicia, del dominio de sí y del ejercicio de las virtudes.

La otra instrucción,  “Libertatis conscientia” (1986), se situaba en una perspectiva  más universal, profundizando en los aspectos teológicos de la liberación cristiana, en el binomio libertad- liberación.  Esa unidad entre evangelización y promoción humana es la que impide que la misión salvífica de la Iglesia se vea reducida a una visión exclusivamente espiritualista o temporal.

Hasta aquí una apresurada y respetuosa síntesis de los postulados de la Teología de la Liberación de raíz marxista (TLM) y del posicionamiento de la Iglesia. Lo sorprendente es que en los momentos actuales, con una sociedad tan trepidante como la actual, aparece en nuestro entorno una  «Teología Morada de la Liberación» (TML) que reproduce los esquemas del populismo colectivista.

El planteamiento y la metodología son los mismos, aunque en la dirección opuesta. Es necesario, dicen, crear y mantener estructuras en las que insertar  y proteger al colectivo cofrade. Un marco de pensamiento y unas categorías de análisis en las que debe insertarse el “cofrade auténtico”. Los otros quedan fuera,  son  advenedizos de los que desconfiar y a los que rechazar (ahora se dice “cancelar”). Sin confrontar ideas y sustituyendo argumentos por etiquetas se les cosifica y rechaza como revolucionarios peligrosos cuando en realidad son los que conservan la esencia de la hermandad.

Las bases sobre las que se asienta esta nueva Teología de la Liberación son la idealización del pasado, resignificación del presente y blindaje del futuro, carencia de proyecto a largo plazo, dialéctica de bandos, creación de estructuras cofrades de pensamiento único.

No es un problema dialéctico;  tampoco se resuelve ahogando la libertad en aras de un hipotético consenso e integrándose en la “estructura cofrade”. De lo que se trata es de crear nuevos marcos mentales que sitúen la cuestión en sus justos términos. Las hermandades, los hermanos,   han de tener  la convicción,   fruto de la fe, de que nuestra existencia en el tiempo puede y debe estar sumergida en la misma vida de Dios.

Es inútil tratar de refugiarse en un modelo de hermandad sustentada en actividades, no en valores, y protegida por estructuras, modos y formas que, a falta de otros argumentos, proporciona una falsa seguridad al “colectivo cofrade” inserto en esa estructura.

No es ese el camino. El hombre labra su destino en la historia y, al mismo tiempo, la trasciende, no realizando grandes hazañas, sino viviendo cada día con pulsión de eternidad, en libertad, en su hermandad. Sólo poseyendo el pasado se puede diseñar el futuro. Nos arriesgaos a tener hermandades con largo pasado y corto futuro.

 

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