LOS CIELOS QUE PERDIMOS

El otro día me llamó la atención algo que ya resulta poco frecuente: una pareja de turistas  trataba de encontrar  el camino para ir a algún sitio ¡consultando un plano de papel! Nada  ir andando como  zombis atentos a la  pantalla del móvil. El  mapa de  toda la vida, observándolo todo,  y, en caso de duda,  se pregunta a alguien.


No está mal eso de las aplicaciones en el móvil,  pero resultan insuficientes. Las rutas propuestas  no son más que un conjunto de datos ordenados por unos complejos algoritmos que van optimizando en cada caso el camino  más corto o el  de menor tiempo estimado, pero incapaces de captar los matices que se aprecian al ir «divagando por la Ciudad de la gracia», incapaces de llevar  «Sevilla en los labios» para traducir en palabras el lenguaje del sentimiento, que eso es la poesía. Saber captar el espíritu de la ciudad

En el ámbito de las  hermandades corre un doble peligro: vivir sólo en el mundo de los sentimientos  o pasarse al extremo contrario y reducirlo todo a cifras y tiempos. Los extremos siempre son excluyentes y empobrecedores. Necesita un discurso propio,  coherente y que se aplique a todas sus dimensiones. Una cosmovisión propia, una manera de ver interpretar y proyectar el mundo.

Costaleros, varales, vocación, economía, antropología, marchas, teología moral, pescao frito, elecciones, arte, tiempos de paso por Campana, caridad, piedad popular, anuarios,  presupuestos, altares de culto, relaciones con la Agencia Tributaria,  … no son piezas sueltas. Todas ellas conforman una sinfonía irrepetible cuando se combinan adecuadamente; pero hace falta encontrar la melodía que da coherencia a esa sinfonía. El hilo conductor, la cosmovisión.

Sólo con una gestión eficaz no se gobierna una hermandad, aunque ésta sea imprescindible. Tampoco instalándose en el mundo de las emociones sensibles, ni exclusivamente con  principios doctrinales que, aunque imprescindibles en una hermandad, hay que acompañarlos del calor que debe cobijar las relaciones con la Virgen y su Hijo, en las advocaciones e imágenes de sus titulares.

Se precisan laboratorios de ideas (think tank) que identifiquen, asienten y defiendan sus valores de forma completa y coherente. No instalarnos en la cultura del «palermasso». Modelos centrados en la persona. Interpretaciones que se articulen alrededor del individuo, cada hermano, único verdadero sujeto de derechos, no de colectivos.

Puede parecer complicado, pero no  en Sevilla, espíritu libre, fruto de haber  crecido tan abierta a las corrientes del mundo que sabe asimilar, adecuar, encajar y recrear su cultura en continua transformación sin perder su sello propio.

En un mundo en rápida evolución en el que los principios se tambalean,  las hermandades han de proporcionar referencias. Es el momento de ver, interpretar, proyectar, integrar el mundo. Definir el propósito de la organización y conseguir que todas las actuaciones sean coherentes con él y lo refuercen.

Espero que este esbozo de ideas –esquicio era el término que le gustaba emplear a Romero Murube- ayude a centrar los temas y a impulsar la elaboración de esa doctrina sobre las hermandades que esbozó en su Pregón (1944) y anticipó en su ensayo “Último discurso de las cofradías” (1961).

Esto no se improvisa, ni se resuelve en una tertulia cofrade. No es repetir lo dicho por él sino tomarlo como punto de partida para seguir avanzando. Requiere horas de estudio, de trabajo, de reflexión serena, de saber,  de saber preguntar a los que saben y de saber qué es lo que hay que preguntarles.

El día 15 se conmemora el cincuenta aniversario de Joaquín Romero Murube, una buena ocasión o excusa para recordar su cosmovisión, mezcla de elegancia y exigencia, de lo apolíneo y lo dionisíaco.  Es momento también de agradecimiento por su visión de Sevilla y su Semana Santa. Todos agradecidos a Romero Murube, aunque algunos nos sentimos más gozosamente obligados a ello.

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