¿Y AHORA QUÉ?

Una pregunta que se hace más de uno estos días: ¿afecta a las hermandades el nuevo escenario político que se está configurando  o son ámbitos distintos que, como las líneas paralelas, no tienen puntos de contacto?


Entiendo que les afecta plenamente. Las hermandades no existen como  entes abstractos desligados de las personas,  son asociaciones de fieles que se unen para determinados fines. Una hermandad es el conjunto de personas que la integran, en unidad de propósito y objetivos. No tiene  sentido el debate sobre la relación existente entre las hermandades y la sociedad civil, porque las hermandades, los hermanos, son la sociedad civil. 

Una sociedad civil madura es aquella que   se organiza para atender las necesidades de las personas que la constituyen en base a un determinado modelo cultural, esto es: en base a un conjunto de valores, creencias, comportamientos y actitudes sobre los que existe un acuerdo más o menos generalizado. Un  modelo cultural  que en los últimos tiempos parece tambalearse. ¿Y eso le tiene que importar a las hermandades?, ¿les afecta de alguna forma?

De lleno, repito. La sociedad actual  reclama a las hermandades una decidida acción social que no se concreta en actuaciones partidistas, sino en el estudio y fundamentación de los elementos clave sobre los que asentar una sociedad en libertad, a la medida de la persona. Han de aportar criterios claros sobre la familia, la educación, la economía y la globalización, la búsqueda del bien común, el principio de subsidiariedad, la ecología, la educación, el respeto a la vida y varios conceptos más, hoy maltratados.

Se habla mucho de la crisis y de la ausencia de valores que la motiva;  una  ausencia de valores que es el eclipse y olvido de Dios. Aquí tienen un papel fundamental las hermandades, asociaciones de fieles de la Iglesia católica. Ahora han de  jugar también en el campo de las ideas,  no sólo en el de las actividades. Eso supone formar a sus miembros, y  también pronunciarse,  como agentes sociales relevantes, en aquellos temas que atenten contra la dignidad de las personas y contra su libertad. Eso no es entrar en política, es garantizar la libertad de sus hermanos, la libertad de los hijos de Dios,  y con ella la de la sociedad.  

Misión permanente de las hermandades, y de sus juntas de gobierno, es identificar nuevas tendencias y anticiparse a ellas, poniendo los medios necesarios para fortalecer los valores sociales y dotar a los hermanos de instrumentos  de análisis. En esa tarea disponen de una guía esencial: la Doctrina Social de la Iglesia,  el conjunto de enseñanzas relativas a la vida social presentadas por la Iglesia para orientar el criterio  de los fieles y de todas las personas de buena voluntad. Unas enseñanzas que se han ido gestando a lo largo de los años, especialmente a partir de finales del s. XIX, y se reunieron y sistematizaron en 2004, por iniciativa de San Juan Pablo II en el “Compendio de Doctrina Social de la Iglesia”.

La Doctrina Social  la Iglesia  no es una ideología, abarca lo relativo a la dignidad y derechos de la persona y contiene  las claves necesarias para reconstruir una sociedad de personas libres.

Preguntaba más arriba si las hermandades se han de ver concernidas por la situación actual. La respuesta es sí, y mucho, porque a ellas también corresponde la mejora de la sociedad civil. Con cierta urgencia, además. Los cambios más profundos y duraderos son los que no se aprecian, pero que día a día, sin estridencias,  van configurando nuevos escenarios en el tiempo.

Forma parte de la misión de las hermandades dar criterio sobre los temas que afectan a la sociedad. Un mal entendido pudor para no aparecer como agentes políticos, que no lo son, no puede hacerles renunciar a su deber de mejorar la sociedad, limitándose a la organización de los cultos y la acción social. En el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia tienen todas las claves. Cómo hacerlo corresponde ya a la iniciativa y responsabilidad de cada junta de gobierno.

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