APRITE LE FINESTRE

Hay una vieja canción italiana que, por decirlo de alguna manera, forma parte de mi memoria  sentimental. Tiene una melodía fácil,   pegadiza. Ganó el Festival de San Remo en 1956,  la cantó  Franca Raimondi y el título, es “Abre la ventana al nuevo sol”. En italiano “Aprite le finestre al nuovo sole”. 

El estribillo dice: «abre la ventana al nuevo sol,/es primavera./Deja entrar un poco de aire puro/con el aroma de los jardines y los prados en flor». En  principio no parece que tenga mucha relación con las hermandades, pero reconozco que muchas veces me viene a la cabeza su melodía al oir o leer algunos comentarios supuestamente cofrades.  


Uno de los peligros de las hermandades, más que de las hermandades de algunas personas que se relacionan con ellas,  es perder el contacto con la realidad. Se encierran en un mundo aparte, en el que todos los huecos los llenan horarios, estrenos, cambios de banda o capataces, disputas, reales o no, entre candidaturas, maledicencias (ahora se les llama “fake news”, que es lo mismo pero resulta menos agresivo). Este año los tiempos de paso de cada cofradía y el tema del IVA se han sumado como temas estrella a las apasionadas discusiones de los autoproclamados expertos. 

Cuando un grupo social, más o menos amplio, se aísla de su entorno, se repliega sobre sí mismo, sin que entre ninguna idea, se pierde la perspectiva, y la dimensión de las cosas,  las relaciones se enturbian y las ideas languidecen. Es como una habitación cerrada, llena de fumadores que solo hablan de futbol.

El  desarrollo de las instituciones y las personas que las integran depende de la capacidad de aportación de cada uno, a imagen de Dios  que es inagotable en el don. Por eso  cuando aparece alguien que, en lugar de donar sus capacidades y  su prestigio a la Hermandad, trata de que sea ésta quien le aporte prestigio a él, de parasitarla,  la Hermandad se empobrece.

Si  una sociedad corta las raíces internas de su socialitas, o si vive alejada de la comunión con Dios, su estructuración como sociedad se desnaturaliza y se desmorona. A partir de ahí ya no es un grupo social, es un ambiente adictivo  que se resuelve en una dialéctica poder-oposición que lleva al populismo, que aparenta amar la libertad pero en realidad prefiere la coacción, en la que el egoísmo personal prima sobre el bien común. 

Pasa también en la política. Y se acaban diciendo tonterías o disparates, y ejemplos muy recientes tenemos. Aunque en el caso de la política mucho me temo que los disparates están programados y responden, en su cadencia, a un plan preestablecido para cambiar “el sentido común de los ciudadanos”, como decía Gramsci y hace unos días repetía la ministra de educación, pero ese es otro tema que merece comentario aparte.

Las hermandades no se entienden desligadas del resto de la vida, no son un absoluto, son adjetivas. Como los que limpian el coche, todos lo  conocemos. No se es ante todo cofrade, eso es una aberración que empobrece y genera conductas antisociales y las hermandades están para todo lo contrario,  para  enriquecer a las personas, para crear vínculos de hermandad y caridad,  amor a Dios que lleva al amor al prójimo, a enriquecer la sociedad, no a crear grupúsculos esquizoides. Si una hermandad es causa de división entre los hermanos, algo anda mal. Por el mismo motivo, si un grupo cofrade o tertulia de amigos, del tipo que sea, sólo sirve para criticar, que no analizar, será grupo; pero no es cofrade, aunque quemen incienso y pongan marchas de música de fondo. 

Hermano, cofrade, amigo: deja que te diga cómo termina la canción: “Abre tus ventanas a nuevos sueños,/a la esperanza, a la ilusión./Deja entrar la última canción/que descenderá suavemente al corazón”

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