SEVILLA EN LOS LABIOS

Ese es el  título de uno de los más hermosos libros escritos sobre Sevilla. No es casualidad que su autor, Romero Murube, fuera cofrade, hermano de la Soledad. Sólo desde esa perspectiva puede explicar que «la Semana Santa tiene cuerpo y alma» y que «sólo el sevillano neto percibe el alma de la Semana Santa: la siente en sí, o, mejor, él se siente alma de la fiesta de religión. El forastero, por el contrario, no percibe más que lo exterior, lo transitivo e inestable»


«Por eso, continúa, uno de los conceptos más difíciles que pueden presentarse al curioso es definir lo que sea el tan asendereado “estilo sevillano”» y concluye que «el secreto de Sevilla es hacer normal lo extraordinario, reducir a la medida humana lo grandioso, lo extraordinario, en un humanismo que nace de la inteligencia enseñoreada por Dios». 

  Además del disfrute de una  prosa exquisita, estas reflexiones han de tener su traducción inmediata en el día a día de las hermandades. A ellas corresponde, en su quehacer diario, actualizar el estilo sevillano: hacer normal lo extraordinario y desarrollar un humanismo que nace de la inteligencia enseñoreada por Dios. 

Las hermandades no viven en un fanal, aisladas del resto de la sociedad. Son la sociedad y todo lo que en ella ocurra les afecta. Los últimos acontecimientos de nuestro entorno, y los que se avecinan, no les son ajenos. No pueden vivir de espaldas a la sociedad, encerradas en su mundo, como si no hubiera pasado nada, porque sí ha pasado, y mucho. No se está planteando un cambio de gobierno, algo normal, sino de régimen y corresponde a las hermandades participar, con todo derecho, en ese debate, ayudar en la construcción de un modelo social fuerte, centrado en la persona, «que nace de la inteligencia enseñoreada por Dios». Las mayorías sociales se construyen desde las ideas y la cohesión interna, no desde la política.

En una sociedad que se agrieta como consecuencia de una ingeniería social que pretende deconstruir todo un modelo cultural, las hermandades, que vertebran y capilarizan la sociedad civil, tienen la responsabilidad de reforzar desde los cimientos un modelo de sociedad que se fundamenta en la dignidad de la persona, creada por Dios a su imagen y semejanza. No se trata de atacar a nadie ni de ir contra nada, sino de ir construyendo desde la serenidad y fortaleza   un modelo social a la medida de la persona. 

En un ambiente inducido de crisis intelectual es importante no caer en la  aceptación del imperio de la mediocridad frente a la excelencia. Las crisis intelectuales, la  aceptación del mal y olvido del Bien la Verdad y la Belleza,  producen el envilecimiento del hombre y de la sociedad, también de la hermandad.

Esto tiene una consecuencia práctica muy inmediata: urge la participación de las hermandades en la batalla de las ideas. Las civilizaciones no caen por el asedio exterior, sino por el derrumbe interior. El imperio romano se destruyó a sí mismo cuando abandonó los principios que lo sostenían. 

Todo esto conduce a un modelo de hermandad no centrado exclusivamente en actividades que se agotan en sí mismas, sino en actividades que dan vida y refuerzan un modelo sustentado en un sistema de valores articulados previamente definido y actualizado. 

El legado de un Hermano Mayor, de una Junta de Gobierno, no ha de ser sólo un nuevo manto, también el reforzamiento de la sociedad civil en su entorno, atendiendo a la dignidad de  la persona. Ser influencer, referente; algo se cree cuando procede de una fuente reputada, como han de ser las hermandades.  

Como en la fábula de Iriarte no son momentos para discutir si los perseguidores son galgos o podencos, ni para defender parcelas internas de poder que compensen carencias emocionales. Escuché decir a una hermana de muchos años al felicitar al recién elegido Hermano Mayor: «Ser Hermano Mayor es un gran honor; pero también es una gran responsabilidad de la que tendrás que dar cuenta allá arriba». Esta advertencia, extensible a todos los miembros de la Junta de Gobierno, cobra especial actualidad ahora. 

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