¡VA POR USTEDES!

Cuando hace unos años me invitaron a colaborar semanalmente en Pasión en Sevilla nunca pensé que pudiera ser una experiencia tan interesante. A lo largo de este tiempo se han ido sumando lectores amigos (no diré cuántos para que no parezca presunción) con quienes me reencuentro cada sábado a la hora del desayuno en lo que ya es una agradable rutina, aunque como  estamos en el mundo cofrade habría que decir que ya es una tradición.


Muchas semanas recibo alguna reacción  de los lectores. Unos conocidos, otros perfectamente desconocidos. A veces amable, otras, las menos,  desproporcionadamente airada. Hay quien está convencido de que el tema tratado iba por él, por su hermandad. Incluso ha habido quien se empeñó en que le revelara la fuente de información, porque lo escrito reflejaba exactamente la situación de su corporación o de su junta de gobierno. También hay, y esto es muy reconfortante,  quien agradece unas líneas que parecían dirigidas a él y le han dado alguna serenidad en los momentos complicados que estaba viviendo.

No hay ningún secreto, la explicación es sencilla: las situaciones siempre son las mismas. Hermandades grandes, pequeñas, centenarias, recientes, de vísperas o de las que pasan por los palcos, todas tienen algo en común: están gestionadas por personas, todas con  sus virtudes y defectos, con sus grandezas y sus miserias. Es cierto que en ocasiones las miserias se hacen más patentes; pero luego las aguas vuelven a su cauce como ayer, o anteayer, o hace unos cuantos siglos.

¿Hay que acostumbrarse?,  ¿es lo normal?, ¿mejor no meterse en complicaciones tocando estos temas? Que me perdone don Santiago Montoto (que llenó mi infancia con su charla semanal  «Sevilla en la historia y la leyenda»), pero habría que matizar su tan citado consejo «Ni fías ni porfías ni cuestión con cofradías». El problema es que en temas cofrades quizá hemos ido creando entre todos una subcultura peculiar en la que las reglas de la sociabilidad y  la ponderación en los juicios  adquieren  matices exclusivos  y han ido creando su propias normas culturales, siempre rigurosas  en sus aspectos formales; pero en algunos casos mejorables  en su fundamentación. 

Me comentaba un amigo desengañado de su paso por una Junta de Gobierno: “Ya me advirtieron que no me metiera, que esto no era para mí, que era para los capillitas: me voy desencantado”.  Mal hecho, en las hermandades, como en la política, hacen falta buenos profesionales, los mejores. Son lo suficientemente importantes, tanto en el plano  religioso como en sus aspectos sociales, como para dejarlas en manos de “profesionales” que no conocen otros mundos. Siempre se dice que la política es lo suficientemente importante como para dejarla en manos de los mal llamados profesionales de la misma, lo mismo puede decirse de las hermandades y de cualquier otra instancia desde  la que se puede trabajar en  la mejora  de la sociedad.  

Desde finales del siglo pasado las hermandades y todo lo que gira en torno a ellas se viene sobredimensionando. Estamos inflando el globo, a veces sin demasiado criterio,  perdiendo las referencias, y   nos puede estallar en  las manos. Es importante recuperar el sentido de la medida y centrar el tema: la consideración de las hermandades como  asociaciones de fieles centradas en la formación y culto público, así como en fomentar la Caridad en los hermanos y en el saneamiento de la sociedad. Todo lo que contribuya a la consecución de estos fines será válido en la gestión de la hermandad,  lo que no es innecesario, cuando no claramente nocivo. 

Por eso cuando desde la serenidad  se pretende proponer un poco de sentido común y se ponen de manifiesto algunas patologías, más o menos acusadas, siempre hay quien  se ve reflejado y manifiesta su acuerdo o desacuerdo. Pues sí, señores: ¡Va por ustedes!

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