Lo decíamos hace unos días: se está elaborando un nuevo lenguaje con palabras y expresiones que, a veces, modifican nuestra percepción de la realidad sin darnos cuenta. Es frecuente decir “te mando mucha fuerza”, a quien está pasando por un mal momento, en lugar de “rezo por ti”; o referirse a un difunto deseando que “allí donde esté” se encuentre descansando, en lugar de preferir que “esté en el Cielo” o “en presencia de Dios”.
Podríamos seguir con más ejemplos, como la “posverdad” que es una manera de legitimar a lo que siempre se le ha llamado lisa y llanamente mentira, o la “transversalidad”, un término en principio sin connotaciones políticas pero que se utiliza para justificar cualquier ocurrencia. No son expresiones quizá malintencionadas, pero van calando y modificando sutilmente nuestro esquema de valores.
Hay otras expresiones, aparentemente inocuas, que también escalan puestos en este neolenguaje: “marcar líneas rojas”, “trazar la hoja de ruta” o “construir el relato”. Esta última es la estrella y a ella quiero referirme.
Se construye un relato cuando se toman una serie de hechos relacionados y a partir de ellos, añadiendo o quitando elementos, se encadenan y se construye un relato –storytelling dirían los pedantes-, una historia más o menos lógica, aunque no necesariamente cierta, al servicio de los intereses de quien lo construye.
Ejemplos tenemos muchos. La crisis sanitaria que estamos viviendo y la económica que la acompaña y seguirá, se presta a la elaboración de relatos sesgados con el fin de proteger la reputación de quien los elabora. También en el mundo cofrade hay quien se empeña en montar relatos inverosímiles. Seleccionando hechos, encadenándolos de forma torticera y mezclándolos con juicios de valor sobre los actores se están construyendo relatos que quizá favorezcan intereses personales pero que nada tienen que ver con la realidad.
Lo contrario a la construcción de relatos es el análisis de las situaciones; pero un análisis global, atendiendo a todos los factores, directa o indirectamente relacionados, que afectan al tema objeto de análisis. Para eso hacen falta referencias amplias, un modelo conceptual sólido, entendiendo por tal un conjunto de ideas y valores que explican una realidad compleja, como podría ser el caso de las hermandades. De la misma manera que los resultados de un análisis de sangre no tienen ningún sentido para el que no sabe qué es la hemoglobina o la fórmula leucocitaria, ni cuáles son los valores que se deben tomar como referencia, tampoco son inteligibles los movimientos sociales que se van gestando y que ya afectan a las hermandades para quien carece de herramientas de análisis.
El mundo cofrade, que a algunos les resulta adictivo, es terreno abonado para la construcción de relatos. Se habla mucho de oído y con frecuencia se carece de fundamentos para interpretar la realidad. Ahí radica el éxito de “El Palermasso”, en poner en evidencia esa falta de consistencia de algunos en la que se magnifica lo anecdótico y se olvida lo fundamental.
En ese contexto hay quien es presa fácil para cualquier iluminado que trata de imponer su relato, tan falso como interesado, y que acaba conformando unas creencias u opiniones semejantes a sus costumbres.
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