GESTIÓN DE CATEGORÍAS

Hace algunos años surgió una tendencia, no sé si intencionada o no, que presentaba la cerveza como una bebida poco saludable, asociada a malos hábitos alimentarios;  como consecuencia el mercado de la cerveza empezó a decaer. Ante esto los principales fabricantes  reaccionaron con intensas campañas publicitarias en las que trataban de reforzar su marca, sin resultados apreciables a corto plazo.


La entidad que agrupa a los productores de cerveza, la Asociación de Cerveceros de España puso entonces en marcha  una campaña destinada a comentar lo saludable que es la cerveza; cómo acompaña las reuniones sociales; hasta qué punto forma parte de la cultura popular; la riqueza de sabores; animar a los consumidores a fabricar su propia cerveza, y cosas por el estilo. Lo novedoso de la campaña fue que no estaba basada en los clásicos anuncios publicitarios, sino en mensajes indirectos en todo tipo de plataformas: artículos en revistas, entrevistas a especialistas en nutrición, noticias positivas asociadas a la cerveza y otras iniciativas de ese tipo. El resultado fue muy bueno. La tendencia se invirtió, la imagen de la cerveza y los beneficios de su consumo responsable mejoraron notablemente y las ventas repuntaron.

Traemos aquí esta historia de la cerveza porque es trasladable a las hermandades. También a ellas afecta este juego de tendencias y opiniones. Cada hermandad es una “marca” con sus características, que la hacen atractiva a un determinado público  -hermanos y devotos-,  y que la Junta de Gobierno debe conservar y potenciar, procurando que sea las esenciales, no la que marquen las modas. 

Pero también aquí hay una “categoría”: el conjunto de las hermandades, agrupadas en entidades formales o informales,  que deben velar por la percepción social que de ellas se tiene como grupo.

No se trata de grandes campañas publicitarias, que resultarían improcedentes. Una entrevista de tres minutos a un Hermano Mayor en un programa de televisión de gran audiencia,  en la que explica que la supresión de los desfiles procesionales es una contrariedad, no un drama y que las  hermandades  trabajan  365 días al año,  hacen más por la imagen pública de las hermandades que muchas vallas publicitarias,  que además resultarían improcedentes.

La percepción social de las hermandades  ha pasado por distintas etapas. En los últimos años ha mejorado bastante, asociada a la Caridad, traducida ésta en  asistencia social. Ahora que el Covid-19 ha despertado en la sociedad la solidaridad,  las hermandades, que tienen una bien ganada fama de agentes en los que se puede confiar, están teniendo un gran protagonismo en la recepción y gestión de donativos; pero no es suficiente, las hermandades no son sólo agentes de auxilio social, son algo más.

Este viento a favor es una gran ocasión para  reforzar su  imagen no sólo como gestoras de asistencia social, o promotoras del culto público, sino en su misión de mejora de la de sociedad.  Hay una cierta expectación sobre cómo serán las cosas “cuando esto pase”. Las cosas serán como decidamos hoy.  Aquí tienen un papel decisivo las hermandades que tienen que  potenciar y asumir su papel de catalizadores sociales.  La participación de las mismas  en el debate para aportar propuestas a los desafíos sociales que se avecinan  es un derecho, no una concesión. No se trata de ofrecer propuestas corporativas, cofrades o católicas,  sino propuestas  personales inspiradas en la Doctrina Social de la Iglesia.

No se trata de abandonar ahora caridad y cultos, sino de  potenciar la evangelización y también la dimensión de las hermandades como agentes indispensables en la reconstrucción de modelos sociales. Estos no son criterios clericales, es responsabilidad personal. El éxito de una hermandad no se mide en términos cuantitativos, cuántos nazarenos ponemos en la calle, sino a cuántos hermanos hemos facilitado mejorar su vida interior. Las transformaciones sociales profundas nacen de las convicciones personales bien sustentadas.

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