CARIDAD, COVID, HERMANDADES

Nadie lo pone en duda: la pandemia va a modificar nuestro modelo social. En lo más inmediato algo que ya ha empezado a cambiar es el enfoque de la Caridad en las hermandades


En pocos meses las solicitudes de ayudas se han triplicado, y siguen aumentando. Lo más grave, como anunciaba el director de Cáritas Diocesana, es que las necesidades ya no se refieren sólo a los alimentos, sino a la vivienda: aumentan las familias en riesgo de perder su hogar.

A partir de enero, cuando los ERTES se extingan, la situación es previsible que empeore, con una tasa de paro superior al 20%. Los fondos europeos no son la pócima mágica y los presupuestos anunciados, elaborados desde la ideología, son de imposible cumplimiento (con una caída del PIB abrumadora no se puede aumentar el gasto social en un 10,3%).

Todo esto va a tener, ya está teniendo, su reflejo en las hermandades. El modelo clásico de asistencia de las Comisiones de Caridad se está tensionando y puede entrar en crisis en cualquier momento.  Hay que replantear el tema desde el principio. Las hermandades tienen como misión el fomento de la Caridad, pero no tienen capacidad para solucionar un problema social de esta envergadura con el procedimiento habitual: obtener recursos -en metálico,  en especie, o en horas de voluntariado-,  para repartirlos después. Su capacidad de captación de estos recursos no es ilimitada, puede aumentarse  algo, pero no  hasta los límites que se les está reclamando. También ellas están pasándolo mal: la aportación del Consejo está suspendida, aumentan los impagos de cuotas, o directamente las bajas de hermanos, y las actividades convencionales para obtener recursos, rifas, fiestas camperas, comidas, tómbolas,  festivales, etc., no se pueden realizar.

En esta situación hay que centrarse en dos  cuestiones: la primera  identificar cuál es la misión real de las hermandades en este tema. El Código de Derecho Canónico lo expresa de forma taxativa:  “el fomento de la Caridad en sus hermanos” (c. 298) y con los recursos aportados por la generosidad de los hermanos en el ejercicio de la Caridad, atender las necesidades de los necesitados, hermanos  o no, que  se acercan a la hermandad.  

La segunda es repensar el modelo.  Esto ya no afecta sólo a la hermandad, ni siquiera a las hermandades como grupo, sino a la sociedad en su conjunto: empresas,  confederaciones de empresarios, colegios profesionales, cámaras de comercio,  fundaciones,  asociaciones, etc. A las hermandades corresponde, por  vocación y experiencia,  aunar esfuerzos para  desarrollos teóricos previos que aúnen la sociedad civil, vayan a la raíz y creen nuevas relaciones de colaboración social; mejorar la capacidad de la sociedad para actuar; reconfigurar los objetivos sociales y el modo de lograrlos. Nuevas formas de colaboración público-privada, o el desarrollo de la Innovación Social Corporativa, han de ser explorados y desarrollados, ahí han de estar las hermandades.

Es imprescindible el intercambio de experiencias e ideas entre las hermandades y el resto de la sociedad civil para articular este nuevo planteamiento al que las hermandades han de aportar su concepción del hombre y de la sociedad, su cosmovisión propia. No pueden dejarse arrastrar a ser simples agentes del mantenimiento del estado de bienestar, hasta ser sepultadas por una demanda inabarcable, ni tampoco reparadoras de políticas sociales disparatadas. Han salir de ese círculo vicioso y ejercer el liderazgo al que están llamadas.

Las hermandades no son entes extraños que aportan soluciones milagrosas. Son las personas que las integran, la sociedad civil, con sus problemas e inseguridades. También con los  recursos de su fe. La  nota diferencial radica en su misión, que es la mejora cristiana de los hermanos y, por tanto,  de la sociedad; pero para eso hace falta salir de la rutina y  atreverse a ejercer el liderazgo que les pide la Iglesia: «santificarse en medio del mundo, santificándolo desde dentro» (Lumen Gentium n. 31). La mejora de la sociedad empieza por la mejora de las personas. Las crisis sociales, y las de las hermandades,  son crisis personales.

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