LECCIONES DE UNA VACUNA

Dentro de la crisis general provocada por la pandemia el anuncio de que es inminente la distribución de una vacuna, con todas las cautelas que la noticia merece, supone una inyección de optimismo, una buena noticia en medio del desánimo generalizado.


Todo el proceso de desarrollo de esta vacuna ha resultado paradigmático y aplicable a otras situaciones, también a las hermandades, en el supuesto de que éstas necesitaran no una vacuna, sino un “suplemento vitamínico” para estos tiempos.

La primera vacuna presentada es alemana, comercializada por una empresa estadounidense, Pfizer, de origen alemán.    Sin embargo quienes la han puesto en el mercado no han sido “alemanes de toda la vida” sino un matrimonio turco,  hijos de inmigrantes, con quienes ha colaborado un amplísimo equipo de investigadores, ampliamente apoyados por la sociedad civil, apoyo económico, se entiende.  

Su trabajo no se ha orientado a encontrar un remedio para la enfermedad, sino que ha ido a la raíz del problema. El proceso que han seguido es rotundamente innovador: no se trata de inyectar virus atenuados, como es habitual en las vacunas, el principio activo son secuencias del ARN del Covid modificadas, para impedir su entrada en las células de los vacunados.

Hay más vacunas en marcha. Otra empresa farmacéutica, Moderna, acaba de anunciar la suya, basada en el mismo principio, y que mejora las condiciones de transporte y almacenamiento. La de Oxford también está a punto y  hay otras  casi a punto. La crisis  ha  estimulado la investigación.

¿Y qué tiene que ver todo esto con las hermandades? Sin forzar demasiado la imaginación se pueden ver algunos paralelismos y sacar conclusiones.

La pandemia ha puesto de manifiesto, de forma dramática, la crisis de una sociedad que languidecía en la autocomplacencia y una falsa seguridad. Un virus la  ha enfrentado con la realidad y surge el desconcierto. En la búsqueda de soluciones son unos inmigrantes, aunque con más de veinte años en Alemania, quienes lideran esta investigación; el talento  no se limita a los nativos, ni a los “cofrades de toda la vida”.  

Otro paralelismo es que la vacuna que proponen no son medicamentos paliativos, como el problemático Remdesivir,  que atenúa los síntomas, pero no resuelve el problema. Va a la raíz del mismo, analizando la estructura del virus, su ARN, e impidiendo que entre en el organismo. Eso supone una disrupción en las líneas habituales de investigación;  atreverse a proponer nuevas soluciones para ir al fondo del problema, no intentar paliar sus consecuencias. También en las hermandades es necesario ir al fondo de la cuestión, no se trata de hacer lo de siempre adaptado a las nuevas circunstancias, hay que identificar los problemas que están degradando la sociedad – relativismo y pérdida del concepto de persona,  su dignidad y libertad-  para reconstruir el ARN de nuestro entorno.

También hay que destacar la respuesta de la comunidad científica. Hasta veinte proyectos parece que están en marcha.  Con independencia del resultado final de cada uno,  este esfuerzo va a suponer un importante avance en la bioquímica que nos posicionará muy favorablemente ante otras pandemias.  En el ámbito social ese esfuerzo intelectual por mejorar nuestro entorno corresponde a  la sociedad civil, en la que tienen un papel decisivo las hermandades.

Un detalle: muchas de estas vacunas han sido el resultado de la iniciativa privada, sin esperar que nadie la ponga en marcha con apoyos económicos o administrativos. Este ha de ser también el estilo de las hermandades.

Podríamos seguir, pero creo que las líneas maestras están marcadas.

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