UN MUNDO FELIZ

El debate ya ha saltado y seguramente durará  tiempo. Me refiero a la nueva Ley de Educación, ¡la quinta en los últimos cuarenta años!, que ha soliviantado a buena parte de la sociedad civil.


Hay dos formas de abordar esta cuestión. La primera es ceñirse a la ley en sí y analizar sus propuestas y su argumentación. 

La más recurrente es que el dinero público ha de ser para la escuela pública. De acuerdo; pero el dinero público no es del Estado, es el que aporta la sociedad para ver satisfechas sus necesidades. El  verdadero protagonista de la educación no es el Estado, sino la sociedad. Lo público, por tanto  no es lo estatal, sino lo social sostenido por el Estado con el dinero público, de todos.

En la ley que comentamos, una ley inclusiva, igualitaria y con perspectiva de género, faltaría más, se suprime el mérito y el esfuerzo: Claro que como los hijos no son de los padres, en opinión de la Sra. Ministra, hay que procurar igualar por abajo y estandarizar el “producto humano”.

La oferta educativa, según este proyecto de ley, no tiene por qué ajustarse a la demanda social. Todo lo contrario: es la demanda de las familias la que  tiene que acomodarse a la planificación estatal de la oferta.

Podríamos seguir identificando disparates; pero es necesario tomar perspectiva. Si a esta ley se le añade las normas que alientan la  deconstrucción de la familia, la eutanasia, el aborto, el fomento de la sexualidad desinhibida de viejos prejuicios, y algunas iniciativas más, el resultado es un gran proyecto de ingeniería social, como el que anunció hace ya casi ochenta años Aldous Huxley en “Un mundo feliz”. La sociedad de ese mundo feliz se gobierna mediante la  aplicación de medidas que eliminan la familia, la diversidad cultural, la religión y la filosofía,  por medio de la propaganda. Una distopía que funciona como una dictadura sin que los ciudadanos lo adviertan. Todos están condicionados genéticamente y disfrutan sin trabas de los placeres más inmediatos, por lo que no pueden apreciar la ausencia de libertad.

Toda educación comporta transmisión de valores, pero ¿qué valores? Al estar desacreditados los dogmas, la sociología se convierte en ciencia normativa. Las verdades se establece por mayoría y es el Estado quien se encarga  de elaborar una ética pública con vocación jurídica. La ética privada, dicen,  debe quedar confinada en el ámbito de la moralidad privada. En consecuencia las clases de religión son ajenas al currículum escolar.

Estamos, pues, ante un proyecto de ingeniería social que altera profundamente las bases de nuestra cultura y valores que conforman  la sociedad de la que forman parte las hermandades, quienes, además, tienen la misión de velar por la cristianización de la misma. Sólo en una sociedad en la que se respete la dignidad y libertad de las personas pueden instalarse y desarrollarse las hermandades.

¿Eso quiere decir que las hermandades han de meterse en política?, si por política se entiende adoptar una posición corporativa y promocionar a un partido determinado, desde luego que no; pero sí tienen la responsabilidad de crear espacios de libertad en los que los hermanos, en primer lugar, y los ciudadanos en general, puedan instalarse y vivir como personas. Eso supone posicionare, fundadamente, ante determinados temas.

La misión de las hermandades no se limita a la caridad, menos aún a la acción social, imprescindibles, desde luego; pero eso forma parte de un proyecto global de “santificación del mundo desde dentro”, como propone la Iglesia.

Es mucho lo que está en juego, entre otras cosas la educación de nuestros hermanos más jóvenes, esos que en unos años conformarán las juntas de gobierno.

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