CARIDAD POR LEY

Hay quien opina que cada dos o tres generaciones se produce un cambio social profundo. No sé si es así o no, pero desde luego la situación que arrastramos desde hace un año está modificando nuestro modelo más de lo que parece, una modificación que se ve acentuada por decisiones políticas sesgadas


Las hermandades forman parte de esa sociedad, pero tienen también misión de liderazgo, de dirigir esos cambios para que se orienten hacia el respeto a la dignidad de la persona. Su función no es secundar las iniciativas de otros, sino ir marcando caminos, especialmente en momentos de crisis. Uno de los  caminos a roturar es el de la Caridad y  la asistencia social que prestan las hermandades, algo connatural a ellas, ya que muchas  nacieron con una finalidad mutualista y de asistencia a los necesitados.

Desde hace poco más de un siglo  se asume  que la persona ha de ver  reconocidas y atendidas unas necesidades básicas imprescindibles para el respeto a su dignidad.  Esas necesidades además se articulan como derechos exigibles jurídicamente y atendidos por la propia sociedad o, subsidiariamente, por el Estado.

La ampliación  progresiva del Estado del Bienestar ha supuesto la creación y concesión de derechos, de diferente rango, que van siendo otorgados por el Estado discrecionalmente, atribuyéndose   así la facultad de crear, conceder y atender distintos derechos;  unos necesarios, otros no sólo prescindibles sino opuestos a la dignidad de la persona.    Nos encontramos así con  un modelo social que  ha generado unas expectativas de derechos difícilmente atendibles, máxime cuando la Administración se atribuye la exclusiva en la atención a los mismos

Es aquí donde las hermandades han de recuperar su misión de liderazgo social “impregnando de valor moral  la cultura y las realizaciones humanas” (LG 31,36). No se trata sólo de atender a los necesitados en este nuevo escenario, sino de crear nuevos escenarios. Han de asumir su liderazgo;  pero  los liderazgos efectivos  se asientan sobre un sólida base doctrinal, lo que obliga a crear conocimientos, en nuestro caso fundamentados en  la Doctrina Social de la Iglesia.

En el campo de la Caridad no se trata sólo de intentar atender las expectativas generadas, sino replantear los temas identificando las relaciones entre la Caridad, la justicia y la economía.

La primera idea a considerar es que una sociedad a la medida del hombre no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes,  sino de gratuidad, de misericordia y de comunión. La Caridad manifiesta siempre el amor de Dios, también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo. Algún iluminado dijo en una ocasión  que  “una democracia digna no puede admitir limosnas”, habría que explicarle  que  una  sociedad que no se base en la Caridad nunca será democrática y mucho menos digna.

La  cuestión social es una cuestión esencialmente antropológica, eso supone tener una idea propia y articulada  de la persona (en el Catecismo de la Iglesia y el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia están las claves). También la economía debe ser articulada éticamente, se ha de centrar en el desarrollo integral de la persona, no es un fin en sí misma.

La  Caridad presupone la justicia, ambas son inseparables, si bien la Caridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón y es, como principio social,  la contribución más importante del humanismo cristiano a la sociedad.

A partir de aquí se asientan los fundamentos no sólo para recabar dinero de la sociedad, también para atender necesidades inaccesibles a la Administración, especialmente aquellas que se basan en la atención personal.

 Esta es la Iglesia en salida que reclama el papa Francisco.

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