CONCILIACIÓN FAMILIAR

No es un problema muy generalizado, pero sí lo suficientemente importante para dedicarle unas líneas: una desordenada atención a la hermandad por parte de los miembros de su Junta de Gobierno ha sido motivo en ocasiones de crisis familiares, unas afloradas, otras soportadas en silencio. Un problema que ahora  se amplía con la incorporación de mujeres a las juntas de gobierno, aunque éstas lo suelen plantear y resolver de forma mucho más equilibrada.


No digo que sea  radicalmente incompatible la dedicación a la junta de gobierno con la dedicación a la familia, de lo que se trata es de sopesar serenamente pros y contras y, en caso de conflicto real o previsible, tener siempre la suficiente generosidad y lealtad para con la familia.

La hermandad nunca puede ser la excusa para desatender a la familia. Las prioridades son claras y la familia y el trabajo están por delante.  No hay hermandad que justifique la desatención a la familia, ni al trabajo.

Antes de incorporarse a una Junta de Gobierno hay que ponderar todos los factores, sin coartadas sentimentales. Al argumento de que “la Hermandad me necesita”, siempre se podría oponer: “¡y tu familia más!”.  Hermanos para ocupar un determinado puesto siempre hay más de uno. Padres, o madres, en tu familia sólo hay uno. En la hermandad somos prescindibles, en casa no.

Tampoco son de recibo las justificaciones  de quienes proclaman que sacrifican su tiempo libre por amor a sus titulares. El concepto de “tiempo libre” es muy elástico, a lo mejor ese tiempo es  el que debería ocuparse en ayudar a los hijos en los estudios, o en cualquier otra actividad doméstica.

Así las cosas parece que nadie podría ser miembro de una junta de gobierno. No es eso. Es increíble la eficacia que se alcanza  cuando se vive la puntualidad y el aprovechamiento del tiempo y cuando las tareas se acometen con rigor y eficiencia.  

En el desarrollo del trabajo de las juntas de gobierno hay agujeros negros capaces de tragar horas y horas. Uno de esos agujeros negros son los cabildos de oficiales o las reuniones de las distintas comisiones. Habría que recordar que la hora de comienzo no es orientativa, sino imperativa, y la de terminación también. A los cabildos y reuniones se va a tomar decisiones, tras un breve debate, sobre temas previamente estudiados, no a discutir sobre ocurrencias presentadas sobre la marcha.

 Otra cuestión a considerar es si todas las horas que se está en la Casa Hermandad  son necesarias. A la  Casa Hermandad se va a trabajar y atender a los hermanos, no a echar un rato. Para los miembros de la Junta de Gobierno ha de ser un lugar de trabajo, no un club social.

No se trata ahora de establecer una casuística detallada sobre qué se debe hacer o no, o cuántas horas a la semana hay que dedicar a la hermandad.   Es cuestión de criterio, no de normas.

Un fenómeno en aumento es el de los actos protocolarios, normalmente en fines de semana. Habría que replantearse la necesidad de ir a tantos actos, a veces sin la suficiente entidad, a los que  han de asistir los sufridos hermanos mayores, o quién les represente. Podríamos hablar mucho de este tema, quizá en otro momento.

Por último, la junta de gobierno no es una terapia grupal para compensar carencias afectivas o de autoestima. Las raíces han de estar en la familia, no en la hermandad. Tampoco es una solución alternativa a la jubilación.

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