Una de las características de la persona es su sociabilidad, esto quiere decir que necesita relacionarse con los demás para alcanzar su pleno desarrollo. Esa relación la lleva a cabo en la familia, ámbito natural de socialización, en el trabajo, en asociaciones de cualquier tipo o simplemente con sus amigos. Cada uno de estos grupos tiene sus fines y sus reglas, pero todos exigen salir de sí mismos, donación de intimidad, afectos, habilidades y capacidades.
Para los cristianos la socialización por excelencia se culmina en la Iglesia, que es comunión, un concepto más profundo que “sociedad” o “colectivo”. En la Iglesia participamos a través del Hijo en la intimidad del Padre por la acción del Espíritu Santo, trasladando el misterio trinitario a la realidad humana. Por eso la Iglesia, la comunión de los santos, es modelo de socialización integral ya que se ajusta plenamente a la esencia de la persona, las demás sociedades humanas carecen de esa profundidad.
Esto es aplicable a esa parte de la Iglesia que son las hermandades, en las que se participa de forma especialmente intensa en la comunión trinitaria. Aquí radica la grandeza de las hermandades que las hace diferentes a otras asociaciones. La hermandad es cristocéntrica, está centrada en Cristo, no en sí misma. Cuando a una hermandad se aplican categorías de análisis propias de realidades inferiores se degrada, se reduce a categorías políticas y el hermano pierde su condición de tal y pasa a ser un sujeto político. El concepto de donación se intercambia por el de juegos de poder entre clanes que trasladan la dinámica de los partidos políticos a la hermandad, centrados en conseguir resultados a corto, más que en proyectos a largo.
A partir de aquí se impone un modelo de hermandad al que los hermanos, con el hermano mayor a la cabeza, habrían de ajustar su comportamiento para ser “cofrademente correctos”. Esa pauta de pensamiento se transforma así en una ideología totalitaria y la hermandad en un colectivo identitario que expulsa a los discrepantes a los que se etiqueta con categorías políticas: tecnócratas, progresistas, neoliberales o cosas por el estilo.
Es importante identificar esta tendencia, a veces inconsciente o sutil, y no aceptar el juego, marcar el territorio. Hay quienes se empeñan en que el hombre –el hermano- se diluya en la dimensión del Estado –de la hermandad-; pero la dimensión del hombre es trascendente, de ahí emanan todos los derechos de la persona. La titularidad y contenido de los derechos de los hermanos no se los otorga la hermandad, es anterior a la misma. Su grandeza y dignidad les son otorgadas por Dios en su creación.
No existe el manual del perfecto cofrade, tampoco el del hermano mayor ideal, ése es el del hombre liberado por Cristo que tiene que ir construyéndose cada día en su acción, en el ejercicio de su libertad, la libertad de los hijos de Dios, al servicio de la hermandad y de la Iglesia. Es un juego permanente de la persona y su acción que centró el mensaje de Juan Pablo II, desarrollado por Benedicto XVI y proclamado por Francisco.
Las hermandades no son estructuras rígidas a las que los hermanos han de ahormar su libertad. Son los hermanos los que en el ejercicio de su libertad han de ir marcando el camino a la hermandad en cada momento, para que ésta sea permanentemente fiel a la Iglesia.
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