TIEMPO  DE ELECCIONES

Una de las consecuencias de la pandemia y  los sucesivos confinamientos, más o menos rigurosos, ha sido el aplazamiento por un año de elecciones en algunas  hermandades.  Ahora que parece que el horizonte inmediato se aclara algo éstas se reactivan,  a los procesos electorales que corresponden  se añaden  los atrasados, lo que provoca una eclosión de elecciones que se presta a un interesante estudio, al disponer de una amplia muestra de situaciones.


Vaya por delante que en ningún caso prejuzgo la absoluta libertad de presentarse que tiene   cada hermano que reúna los requisitos exigibles, sobre todo si cree que es “su momento”, ese imperativo categórico capaz de regir el comportamiento humano en todas sus manifestaciones que anima a algunos a dar el famoso “paso adelante” con reminiscencias kantianas.

Las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid, tan intensas, permiten apreciar movimientos y tendencias fácilmente extrapolables a nuestros comicios electorales en algunos casos.   

Una de esas tendencias comunes es lo que los analistas llaman la construcción  del relato: tomar los hechos y construir con ellos un relato más o menos plausible que justifique la necesidad de su candidatura,  buscando causas movilizadoras. Como las circunstancia son cambiantes eso obliga a una constante reelaboración del relato a partir de los mismos hechos y la reasignación de papeles. Ese continuo reinterpretar la realidad deja al candidato sin perfil definido ni argumentario coherente, más allá de su ilusión por coger la vara dorada.  

Quizá otra nota extrapolable es la ausencia, salvo honrosas excepciones,  de la batalla de las ideas. Se habla mucho y vehementemente de cuestiones puntuales relacionadas con la cofradía, de propuestas de actividades más o menos originales, pero hay pocas reflexiones sobre la misión de la hermandad. Hay como un cierto pudor, o incapacidad, para hablar de teología o antropología, para el análisis sociológico o proyectar la hermandad en el tiempo. El esquema natural de cualquier proyecto o programa electoral es centrarse en la misión  de la hermandad y formular los objetivos a alcanzar para reforzarla, a partir de ahí se programan las actividades para conseguir esos objetivos que fortalecen el propósito de la hermandad.  Centrarse sólo en las actividades es diseñar un espectáculo de fuegos artificiales que deslumbran momentáneamente, creando simulacros de  hermandad, y que luego se apagan dejando el recuerdo triste  de un espectáculo más o menos vistoso, pero que  no satisface ni alivia la desconexión de Dios y del prójimo como realidades ciertas y palpables.

Para esta empresa no hace falta gente especial,  sino personas mediocres, en el sentido académico del término:  la «mediocritas» del Renacimiento, entendida como discreción, humildad, prudencia, reflexión,  respeto a lo dado,   excelencia  interior que configura unos principios que arman la vida y la dotan de sentido. Hace ya bastantes años el inefable Capitán Trueno explicaba a sus fieles Crispín y Goliat algo parecido: «Cuando alguien no es fiel a sus principios, su honor y su fe, termina sin principios, sin honor y sin fe». La clave está en ser capaz de  elaborar, fundamentar  y poseer  ese modelo al que hay que ser fiel, no ser hoja llevada por el viento que siempre termina en el suelo.

A propósito de las elecciones madrileñas apuntaba un comentarista que a la actual presidenta de la comunidad sus enemigos la odian más por sus virtudes que por sus defectos. Puede que sea cierto ya que, de vez en cuando, aparecen versos sueltos que encarnan  la «mediocritas»  renacentista y  evidencian la inanidad de los otros. En cualquier caso esta marea de elecciones hay que afrontarla con serena  ilusión. La historia de cada hermandad es un milagro moral permanente en la  que siempre  podemos fortalecer nuestra esperanza.

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