Hace tiempo que quería traer aquí a Santo Tomás Moro, un personaje muy actual, también para las hermandades. Esta semana se ha celebrado su festividad, lo que me brinda la excusa que estaba buscando.
Cuando la Iglesia proclama un nuevo santo no está otorgando un premio a esa persona que ya está en presencia de Dios, lo que hace tras un laborioso proceso es acreditar que está en el Cielo y que lo que le ha llevado hasta allí ha sido su forma de vivir, que propone a los fieles como ejemplo.
Eso fue lo que hizo el siglo pasado (1935) al canonizar a Tomás Moro, que nació a finales del siglo XV en Inglaterra en una familia de clase media. Estudió humanidades y derecho. Tras su primer matrimonio, en el que tuvo cuatro hijos, quedó viudo y se casó de nuevo. Desarrolló una brillante carrera como abogado y como político que culminó al ser nombrado por Enrique VIII Gran Canciller de Inglaterra, hoy diríamos primer ministro.
Con el sello real colgado al pecho, una particular “vara dorada”, su influencia y relaciones son importantes. A esto se une su preparación intelectual y doctrinal, su tratado de teoría política «Utopía» (1546), conserva plena actualidad en la historia del pensamiento occidental por su riqueza filosófica, política y teológica.
Sus problemas empezaron cuando Enrique VIII obliga a sus súbditos a jurar el Acta de Sucesión, que lo proclamaba cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Tomás Moro dimite, una dimisión ante el Rey era una decisión audaz. A pesar de la insistencia de Enrique VIII se niega a prestar juramento. Es encerrado en la Torre de Londres y decapitado. Sus restos arrojados a una fosa común para evitar que pudieran ser honrados y tratar de borrar así su memoria.
En este relato abreviado de su vida traslada se contienen las propuestas que la Iglesia hace a los fieles con su canonización: coherencia moral, fidelidad a la conciencia bien formada y la primacía de la verdad sobre el poder. “Muero como buen servidor del rey, pero primero servidor de Dios”, fueron sus últimas palabras. Y también buen humor, del que dejó muchas anécdotas.
El año 2000 Juan Pablo II lo proclama patrono de los políticos y los gobernantes, en esta categoría me atrevo a incluir a los hermanos mayores y miembros de juntas de gobierno.
Para Tomás Moro su vara dorada no fue nunca un fin, sino una circunstancia sobrevenida en la que puso de manifiesto, no sin esfuerzo, la armonía entre lo natural y lo sobrenatural, en una intensa unidad de vida.
Volvemos a la propuesta que la Iglesia hace de las cualidades a imitar de Santo Tomás Moro, realzadas por su patronazgo. La idea madre es que el hombre no puede ser separado de Dios, ni la acción de gobierno de la moral. El hermano mayor, o miembro de junta de gobierno, no ha de ser un superhéroe sino un hombre corriente que debe procurar ser un excelente profesional, cualquiera que sea su profesión u oficio; bien formado y preocupado por mejorar de modo continuo esa formación y su fundamentación doctrinal; con una intensa vida de piedad; dispuesto siempre a dar doctrina a sus hermanos y a la sociedad en general, consciente de que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes, y lo suficientemente desprendido para mantener su coherencia por encima de todo.
La propuesta de patronazgo de Juan Pablo II es aplicable a los hermanos mayores y juntas de gobierno, máxime cuando lo que ellos se juegan es sólo una vara, no la cabeza.
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