TAREAS PENDIENTES

Pasó la Cuaresma y la Semana Santa.  Un año en el que hemos podido comprobar que  la fe de nuestro pueblo no se sostiene sólo en las salidas procesionales, tan añoradas, sino que tiene un anclaje más profundo.  Hemos vivido una Semana Santa en la que la religiosidad se ha manifestado de diversas formas, todas tan entrañables como respetuosas. Ha quedado claro que podemos estar dos años sin pasos en la calle, aunque nos duela,  sin que por ello disminuya nuestra fe, porque el  amor verdadero resiste las ausencias  y  se fortalece en ellas


Superado el trajín de la Cuaresma ahora vienen semanas, o meses, en los que la hermandad entra en una fase de normalidad,  que no es rutina. No es fácil;  una  sociedad acostumbrada a tenerlo todo controlado se desconcierta cuando esa obsesión por la previsión se le va de las manos. La sensación de no poder proyectar en el futuro nuestros planes personales (seguimos expuestos al contagio), profesionales (perspectivas laborales inciertas), familiares (incertidumbre para fijar una fecha de boda u otra celebración familiar), de hermandad (cómo será la próxima salida procesional), nos va marcando.

A estas alturas ya somos conscientes de la magnitud  del problema y, de grado o por fuerza, hemos ido  asumiendo las medidas para convivir con él de la mejor manera posible. Hemos descubierto virtudes sociales a veces olvidadas: solidaridad, compañerismo, paciencia, espíritu de  servicio. Ahora nos queda prepararnos para  la incorporación  a un nuevo escenario: ¿cómo va a ser?,  ¿qué va a cambiar?, ¿qué papel han de jugar en él las instituciones sociales: familia y hermandades?   Todo esto además en un entorno social y económico bastante agitado.

Empezando por lo más inmediato, por el día a día de la hermandad: toca ajustar presupuestos; conseguir más recursos para aumentar la atención a los necesitados, hermanos o no;  estudiar si la retransmisión de algunos cultos es suficiente para atender el obligado  fomento del culto público; de qué forma se puede atender la necesaria formación a los hermanos; cómo crear situaciones de convivencia y relaciones sociales entre los hermanos.

Es también el momento de fortalecer la hermandad en este nuevo tiempo,  fijar nuestro propio marco de interpretación de la realidad, sin que nos lo impongan los profesionales de la creación del relato. Entrar en el debate social sin renunciar a nuestras creencias, porque  creer no es un acto  irracional, ni una tradición cultural. Las convicciones en las que se asientan las hermandades han de ser el fundamento en el debate cultural. La Fe, la ciencia y la razón no son mundos distintos e incompatibles, como algunos pretenden. Las hermandades han de participar en el debate de las ideas no “desde la superstición de la fe”, como dicen algunos,  sino desde la filosofía griega, que aborda la estructura del ser humano y las formas de convivencia,  las bases del derecho romano y el impulso moral del cristianismo, enriquecido con los ideales cívicos de la Modernidad y la aportación  intelectual de las ciencias modernas.

Frente a la pretendida “superioridad moral” que se atribuyen algunos autodenominados progresistas, la fortaleza de la  Iglesia, de las hermandades, proviene de su fundamentación y ser doctrina revelada. Ahí radica la excelencia  del modelo cristiano

No parece que esta sea una época aburrida o de simple gestión de la rutina. El futuro no nos lo jugamos en los sentimientos y actividades, menos aún en una sociedad tan frágil como la actual.  Lo que aglutina y arrastra   son las ideas, la cultura, materializadas en un  proyecto. La participación activa en el debate cultural no es una opción para las hermandades, forma parte de su razón de ser y les va en ello su futuro.

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